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ENTREVISTA · CARLOS RUIZ ZAFÓN
El 17 de Abril se puso a la venta la última novela de Carlos Ruiz Zafón, siete años después de la publicación de 'La sombra del viento'. Tras su lectura Sergio Vila-Sanjuán  mantuvo una larga conversación con el autor, en la que comenta sus peculiaridades y las diferencias que la separan de su anterior best seller internacional.
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"El ángel de mi libro es una mujer" 

-¿Por qué ha ambientado El juego del ángel en los años 10 y 20?
-
Las cuatro novelas, relacionadas entre sí, que formarán la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados transcurren entre el final de la Revolución Industrial y la segunda mitad del siglo XX. Es un período que me fascina porque representa un momento de gran promesa de la Humanidad. Tras siglos de oscuridad y miseria se produce un gran desarrollo de la ciencia, la tecnología, la escolarización, la medicina… parece que por fin la humanidad va a salir de la edad oscura, y en cambio la consecuencia es la mayor destrucción y el mayor horror de la historia de la humanidad en la segunda guerra mundial. Además ese periodo es casi una civilización desaparecida, un tiempo donde hasta casi los objetos más insignificantes aún se construían y se diseñaban para durar. Basta mirar las ropas, la arquitectura, el diseño, las mismas ideas… Creo además que el situar historias en una época diferente permite tratar mejor temas que, si se ubican en el presente, pueden quedar devorados por el contexto.

-La Barcelona de la época queda captada de una forma un poco lateral, a través de escenas de cabaret o reuniones de espiritistas...
-No quería hacer una novela social ni histórica, sino escribir un relato centrado en el conficto interno de un personaje y de lo que le rodea. El protagonista, David, muchas veces no sabe ni si su propia realidad es "real", de modo que los aspectos cotidianos del momento de algún modo le quedan muy lejanos.

-Aparecen lugares que siguen en pie: los almacenes El Indio, el Set Portes, el bar Almirall, el Ateneo, la Biblioteca de Catalunya, el Casa Leopoldo…
-Por lo que respecta a la Barcelona "física", los elementos son realistas y la geografía esta escrupulosamente respetada, siempre y cuando el relato lo permita, porque en toda la novela hay una fuerte estilización y ciertos elementos de fantasía urbana, como ya sucedía en 'La Sombra'. He transformado alguno de los escenarios en función de la trama. A veces me he inventado una parada de tranvía donde no la había o alterar la ruta a un autobús. Licencias del novelista. Lo interesante es jugar con la ciudad como personaje y reinventarla sin perder el original de vista. Barcelona tiene buena figura y la sientan bien los vestidos de noche.

-En la novela tiene un papel importante la prensa de la época. ¿Qué le interesa de ella?
-Me interesaba la noción de que en aquella época todavía existía la conciencia de que la prensa, y el acceso democrático a la información, podían cambiar la sociedad. El periodismo se percibía quizás de una forma más idealista que hoy en día. Me gusta recopilar mucha información sobre la Barcelona antigua y encontré que en los años 20 y 30 se publicaban muchos diarios desperdigados, extraños voceros de distintos grupos. El que aparece en la novela, 'La voz de la industria' es un diario venido a menos que bien podría haber existido en aquellos días. En el relato el subdirector, una especie de mentor del protagonista, se irá a 'La Vanguardia', uniendo así la prensa de fábula con la real… Eran tiempos en que la palabra escrita podía tener más poder que el sable. Poco después tuvo que medirse con la moneda, y las cosas se clarificaron.

-Tras acabar La sombra del viento dijo que en su siguiente novela aparecería Gaudí. Pero en 'El juego del ángel' no sale el arquitecto. A cambio al protagonista casi le atropella un tranvia frente a la Sagrada Familia. ¿Es una broma privada?
-Es un guiño gaudiniano, supongo. Al principio pensé en utilizar a Gaudí de una forma muy lateral, pero enseguida lo descarté porque vi que era una idea muy kitsch. En la novela hay muchas bromas privadas que me hago a mí mismo, y otras mas abiertas que le hago al lector. El juego no sólo es del angel, sobre todo es del lector.

-Como en La sombra del viento, el protagonista es un joven sin madre. ¿Por qué su atención a este tipo de personajes?
- Es un tema que corre a lo largo de estas cuatro historias, la de personajes rotos y desamparados. 'La sombra' era una historia de redención, en la que un joven ayudaba a un hombre maduro y maldito a recuperar el sentido de su vida. 'El juego del ángel', en cambio, es la tragedia de un hombre que está roto desde el inicio, ya que ha perdido a su padre y luego a su madre de una forma aún más terrible. Las cartas que le sirve el destino le llevarán a enfrentarse a un dilema moral al que responde en buena medida intentando tratar al mundo del modo en que cree que el mundo le ha tratado a él. La pérdida de un padre o una madre es un elemento atávico en literatura, y El Juego del Angel vuelve a tomar esos elementos de la novela clásica del XIX para establecer el contexto de los personajes.

-La sombra del viento era una historia de misterio que podía leerse en clave racional. Aquí ha dado el salto a una novela en clave fantástica. ¿Por qué?
-'La sombra' estaba construída a través de subtramas articuladas desde puntos de vista diferentea, y la gran historia surgía de la fusión que el lector hacía de todas ellas en su mente. Aquí el punto de vista es único y el arco narrativo es más firme. El narrador introduce sucesos que ni él mismo sabe si son reales o no, y la novela tampoco intenta explicarlos hasta el final para que el lector ate sus propios cabos. Hay diferentes niveles de lectura e interpretación. En esta ocasión he sido menos conservador que en mi anterior novela, y elementos narrativos que en 'La sombra' estaban contenidos aquí tienen mucha mas importancia.

-En este sentido hay algún guiño a una novela de la que le he oído hablar bien en varias ocasiones, El corazón del ángel.
-Sin duda. Como la novela de William Hjortsberg ésta tiene muchos aspectos de 'thriller noir' en donde el protagonista que tiene que investigar un misterio en realidad no sabe a ciencia cierta lo que esta pasando.

-¿Qué le atraía del tema del pacto sobrenatural?
-Es una buena metáfora para la historia del hombre contemporáneo; la vida en sí ya es un pequeño pacto fáustico. El que se plantea en el libro es un poco el que hacemos cada día con nosotros mismos al darnos cuenta de que las cosas no son como nos gustarían y debemos adaptarnos a esta realidad que no es benevolente. La corrupción o el compromiso del alma es en buena medida la historia de cada una de nuestras vidas y de nuestra relación con el mundo.

-El protagonista se convierte en un folletinista de grand guignol, como lo era Julian Carax en La sombra del viento. ¿Por qué su defensa de este género?
- Supongo que es una manera saludable de reírse un poco de las convenciones literarias, los esnobismos, la papanateria… Y de situar a David en un contexto en que se va a ver despreciado. El que trabaje en un género humilde lo transforma en un personaje mas divertido e interesante que si fuera un autor esnob, pedante e insufrible que gusta de mirar por encima del hombro al mundo y de darse ínfulas de exquisito. Un cretino raramente es un protagonista interesante. Es también la historia del narrador puro que escribe para vivir o sobrevivir, como los grandes de la literatura, desde Balzac a Dickens o Victor Hugo. Soldados de la pluma, sin más pretensiones ni pose que la de contar buenas historias mejor que nadie. Es un homenaje al escritor profesional, al oficio y a la integridad de la literatura a través de un narrador humilde y sin tonterías.

-El patrón tutelar de El juego del ángel es Dickens.
-Sí, su novela 'Grandes esperanzas' me da un juego constante. Y Dickens es un ejemplo perfecto de ese tipo de autor al que aludía.

-Aunque hay varios personajes desgraciados con un destino maldito, parece que ha querido inyectar más humor que en La sombra del viento.…
-Hay un poco de todo, yo creo que es interesante jugar con cambios de registro. En 'La sombra' se refieren muchas historias pasadas a través del relato en voz de diferentes personajes, en cambio aquí casi todo esta visualizado y dramatizado bajo una óptica más unificada. En otras palabras, las cosas transcurren delante de nosotros. Las vemos y las sentimos. En 'La sombra' el humor estaba concentrado en un personaje picaresco como Fermín Romero de Torres, que a un tiempo era la voz de la conciencia del libro. En 'El juego del ángel' el humor salpica a diferentes personajes, y al haber muchísimos mas diálogos es una herramienta narrativa más presente que en La Sombra.

-¿Qué le sugirió la escapada a Puigcerda?
-Hacía tiempo que me rondaba la cabeza una premisa narrativa en la que el protagonista pierde a la mujer que ama y tiene que ir a buscarla a otro lugar. No tenía claro qué lugar podía ser, ya que debía adaptarse a la Barcelona gótica de mi trama. Finalmente utilicé el viejo Puigcerdà porque con sus grandes caserones y su lago encajaba perfectamente con otros escenarios de 'El juego del ángel', como la Villa Helius de Pedro Vidal.

-Pero ha dado al lago más profundidad de la que en la realidad tiene…
-Sí, se la he dado, lo he estilizado un poco para que sirviera al argumento. Tengo un departamento de efectos visuales que se toma sus licencias con las localizaciones de la historia. Todo sea por el drama.

-El papel femenino sube, el personaje de Isabella Gispert tal vez es la heroína zafoniana mas activa hasta el momento.
-Efectivamente hay más preponderancia. Al ser 'La sombra' la historia de un adolescente, las figuras femeninas se abordaban desde su punto de vista, más limitado, y en este sentido representaban un poco visiones más ingenuas el eterno femenino. En cambio aquí el tono general ligeramente mas oscuro viene de que el protagonista ya no es una adolescente, aunque intente resolver problemas que viene de su infancia y adolescencia de los que no se ha podido librar. Isabella es la heroína moral del libro, un personaje más complejo, visto ya desde la perspectiva adulta. En realidad ella es el verdadero ángel de la historia, su carta al protagonista es la que la ancla en la realidad.

- Tenemos nuevos datos sobre el Cementerio de los Libros Olvidados, como que fue construído sobre una antigua necrópolis y que, aunque empezado en el siglo XVIII, tuvo su gran crecimiento en el XIX..
-Poco a poco vamos avanzando y descubriendo cosas, pero hay muchas más por contar, en realidad aún no sabemos nada del Cementerio. Al final de la tetratología tendremos la historia completa.

-¿Para cuándo los volúmenes tercero y cuarto?
-No lo sé, he aprendido a no dar fechas. No creo con el libro siguiente tarde tanto, porque la difusión internacional será mas rápida y ahora ya sé cómo no quedar atrapado en determinadas cosas. Pero son novelas para mí complicadas de construir y llevan su tiempo. A lo mejor si instalo un procesador más rápido en mi cerebro la cosa mejora. La vida dirá.

-Como en todo buen Ruiz Zafón, El juego del ángel incluye un par de incendios que destruyen y a la vez regeneran…
- En mis libros siempre aparece el fuego como catarsis, el agua, la niebla, los efectos impresionistas, la visualización gótica. Me temo que es inevitable, la marca de la casa. No se puede cambiar.

-En algun momento escribe que cuando se trabaja en un libro lo importante es, cuando ya se tiene toda la información, olvidarla e ir a por su verdad emocional. ¿Cuál cree que es la verdad emocional de El juego del ángel?
-Ése es un diálogo entre Isabella y Martín sobre la documentación; él le dice que la verdad emocional no es la verdad factual sino una técnica para hacer honestos los elementos que surgen en la trama. Que los sentimientos, emociones e ideas que integran la historia sean reales e íntegros aunque sean ficticios, que no sean forzados ni vengan del cinismo o la pose.

-¿Cuál es su escena favorita?
-Quizás la final, que llevaba en la cabeza desde hace muchos años. Ata la historia de un modo inesperado y cierra la tragedia. Pero también me gustan otras, como las que suceden en casa de Corelli, en las que puedo jugar con la puesta en escena y utilizar todos los elementos de misterio y acción con los que me siento cómodo. Hay capítulos en los que he podido divertirme más, y otros en que por distintas razones tengo que limitarme o ser más austero.

-Una tía mía se llama Cristina Sagnier, quedó muy impactada cuando le dije que la protagonista de su obra se llama como ella.
-Hay muchas cosas en el subconsciente de la ciudad que salen cuando uno indaga en su pasado. Es lo que he hecho cuando trabajaba en 'El juego del ángel' y por tanto no es raro que aparezcan nombres y apellidos que son característicamente barceloneses. Barcelona siempre se busca a alguien para que cuente sus secretos más oscuros.

-¿Le impresiona esa primera tirada de un millón de ejemplares?
- No sé. Se trata sencillamente de una cifra: es un millón como podría ser medio o cien mil, tanto da. Cada libro tiene su tirada, y no por ello cambia el libro, que es lo que importa. El libro es el libro, no el número de ejemplares que circulan.

-¿Cómo va el lanzamiento internacional?
-Ya se están cerrando la mayoría de los contratos. Como no se puede negociar con 50 países a la vez, mi agente ha trabajado por partes. Primero ha atado las ediciones en EE.UU., Alemania, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia, Escandinavia, Latinoamerica y Australia. Etc... Toda Europa, America, Oceanía y muchos otros lugares ya estan cerrados. Ahora se trabaja con Asia y Europa del Este. La negociación va muy rápida, ya que sólo empezó cuando el libro estaba acabado. Quería que los editores interesados lo leyeran antes de contratarlo, no me gusta vender sin que el comprador sepa qué obra se lleva.
                                                                         
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  Ken Follett

 



       "Cuando escribo quiero abrazar a millones de lectores"

LUIS MIGUEL ARIZA 02/03/2008
Ken Follett representa el estereotipo del escritor al que veneran con fervor religioso las multinacionales del libro, las mismas que vienen echando madera a un mercado en el que sus grandes lanzamientos comerciales han convertido muchas librerías en una especie de coliseo romano, arrojando libros sin parar a la arena para sacrificarlos si no funcionan de inmediato. Para estos editores, Follett es un ganador, y por encima de todo, una máquina de hacer dinero. Si se me permite respetuosamente la analogía histórica, uno de los leones actuales de este circo editorial en el que sus libros persisten. Este novelista galés de 58 años, pelo cano y revuelto, amable y simpático, aparece puntual, vestido con un traje azul oscuro impecable, dos anillos de oro en su mano izquierda y un reloj de oro macizo. Cultiva una imagen que encaja con la pinta que el público cree que ha de tener un escritor popular. Y se nota que está absolutamente encantado (de sí mismo) con su éxito, del que no se ha descolgado desde que publicó El ojo de la aguja, en 1978, un thriller de espionaje trasladado a la gran pantalla donde Donald Sutherland interpretaba el papel de un frío espía nazi en un pueblo inglés durante la Segunda Guerra Mundial.

Follett es además un destacado simpatizante del Partido Laborista británico, de izquierdas, amante del lujo, el vino y el champán. Posee tres casas y su avión favorito era el Concorde. Y los números casi lo son todo para él. “Soy ambicioso”, confiesa. Desde la publicación de Los pilares de la tierra en 1989 –intrigas, asesinatos alrededor de la construcción de una gran catedral en un pueblo medieval inglés–, su editor, Plaza y Janés, afirma que ya ha vendido 5,5 millones de ejemplares en España, superando incluso las ventas en Estados Unidos y Canadá. La editorial se cuida de informar sobre los adelantos de la secuela de Los pilares…, Un mundo sin fin, que Follett presentó recientemente en las entrañas de la bellísima catedral de Santa María en Vitoria, en plena restauración. Los editores vuelven de nuevo a frotarse las manos: esperan facturar esta primavera un millón de ejemplares.
Hablar de dinero no parece la forma más elegante de iniciar una conversación con un escritor. Sin embargo, Follett se ha distinguido por no hacerle ascos a la hora de revelar públicamente sus ingresos. En 2001 comentó a The New York Times que su fortuna ascendía probablemente a unos 12 millones de libras esterlinas (algo más de 16 millones de euros). Por lo que nos dice ahora, es mucho más rico. “Sería difícil calcular la cantidad que voy a recibir por Un mundo sin fin, pero puedo decirle que mis agentes han negociado en Francfort los adelantos de mis siguientes tres libros, que escribiré en siete años. Y hemos obtenido acuerdos con cinco países por unos 49 millones de dólares” (33,5 millones de euros).

Recientemente, Follett y su amigo el escritor Hanif Kureishi –autor del guión de Mi hermosa lavandería– conversaron sobre lo que les gusta a los lectores. Kureishi insistía en que nunca pensaba en los lectores mientras escribía, justo lo contrario que Follett, el cual afirmó: “Por eso tú eres un gran escritor y yo soy un escritor rico”.

 Señor Follett, ¿sólo venden las buenas novelas?, ¿o quizá una buena historia necesita algo más para convertirse en un ‘best seller’? Hay muchas formas distintas de conseguir una buena novela. Mis libros contienen historias que poseen un fuerte atractivo para millones de personas. Pero no es la única forma de escribir un buen libro. Hay obras excelentes que son disfrutadas enormemente por un número pequeño de lectores. No hace que sean malas, simplemente son distintas. Por ejemplo, una de mis favoritas es Edith Wharton [en referencia a la autora norteamericana nacida en 1862, ganadora del Pulitzer en 1920 por La edad de la inocencia, que ironizaba sobre la clase alta]. No vendió muchos libros, y sin embargo la releo continuamente, sus libros son maravillosos. El número de copias que uno vende es una medida del éxito, pero no la única.

Usted escribió diez libros con seudónimo que no tuvieron precisamente éxito antes de ‘El ojo de la aguja’, en 1978. ¿Qué recuerda de aquella época? Trabajaba como periodista para el periódico londinense The Evening News, cuando se me rompió el coche. La reparación me costaba 200 libras. Nos habíamos trasladado a Londres, acababa de nacer mi hija, teníamos una casa grande y una gran hipoteca. ¡Y no tenía dinero para reparar el coche! Estaba en el taller, no lo podía mover de allí, y fui al banco para pedir un préstamo, pero me lo denegaron. No sabía qué hacer. Uno de los periodistas de The Evening News había escrito un thriller que publicó, y obtuvo del editor doscientas libras, justo la cantidad de dinero que necesitaba. Por lo que le dije a mi primera mujer, Mary: “Ya sé cómo vamos a recuperar el coche, voy a escribir un thriller”. Lo escribí rápidamente, se lo envié al editor y obtuve las doscientas libras para el coche. No era un libro muy bueno, pero pensé: “Si trabajo duro, la próxima vez podría ser mejor”.

Era por entonces un escritor en la oscuridad. Solía ir a las librerías, y en el escaparate encontraba enormes pilas de libros de Frederick Forsyth o Sidney Sheldon. Y en la parte trasera, un par de copias de mis libros. Y solía preguntarme el motivo. Hay muchos autores que culpan a sus editores de que sus libros no vendan por no promocionarlos lo suficiente. Yo nunca hice esto. Siempre asumí que era por mi culpa. Pasé muchos años pensando sobre lo que tenían esas historias que las hacían tan excitantes como para que la gente las comprara. Empleé mucho tiempo en averiguar cómo escribir historias así.

Hasta que escribió ‘El ojo de la aguja’. Sabía que era algo mucho mejor que lo que había hecho con anterioridad. Había mejorado realmente mi trabajo, pero nunca imaginé lo popular que llegaría a ser. No soñaba que, treinta años después, el libro seguiría vendiéndose en todo el mundo. Pero sí tenía el convencimiento de que sería un éxito.

Fue un punto de inflexión en su carrera. Tenía un agente americano, alguien muy inteligente que sabía de historias de ficción. Aprendí mucho de él sobre el trabajo que yo hacía, me contaba su opinión sobre lo que tenía que cambiar, fue bastante importante. Vendió la historia a una editorial americana por 20.000 dólares, y realmente fue estupendo, con eso podía vivir dos años. En aquellos días, los editores de tapa dura y de bolsillo funcionaban por separado, no eran los mismos. Los de tapa dura fueron los que compraron mi libro y después pujaron para comprar los derechos de bolsillo. La subasta se cerró en 800.000 dólares. Mi editor de tapa dura tenía una parte de ello, pero finalmente me quedé con medio millón. Mi vida cambió de inmediato.

Ha transcurrido mucho tiempo, usted ya es un escritor de ‘best sellers’, y me gustaría preguntarle si piensa dar un giro a su carrera, escribir algo no sólo teniendo en mente a los lectores. No. Nunca me lo he planteado. Cuando me siento a escribir pienso en los lectores, en lo que les gusta, si lo que hago es creíble para ellos, qué puede embrujarles… y no tengo otra agenda. Parece que está implícito en mi naturaleza el hecho de que cuando escribo quiero abrazar a millones de lectores. No quiero ser otra clase de escritor.

Stephen King, por ejemplo, escribió ‘La historia de Lisey’, una aventura introspectiva sobre una viuda que pierde a su marido, un escritor de terror, y los críticos, al contrario que sus novelas anteriores, la recibieron estupendamente. El diario ‘The New York Times’ la calificó como una historia “asombrosa”. Sí, pero no me parece un libro muy diferente de otros que ha escrito Steve. No hay mucha sangre, ni gente asesinada y descuartizada, pero la manera como él construye el suspense y la forma que tiene de enfatizar las emociones internas y los miedos de Lisey es su marca. Lo que es inusual en él es que aquí sugiere con menos palabras, cuando suele cargar las tintas.

Usted mantiene una amistad con Frederick Forsyth, a quien admira. Es un magnífico escritor de thrillers. Todavía leo todos sus libros. ¡Aprendí tanto de él cuando empezaba mi carrera! Tiene diez años más que yo, y a menudo viene a cenar a casa o yo voy a la suya. Tenemos bastante amistad, aunque nuestros puntos de vista políticos son muy diferentes: él es muy conservador, y yo apoyo al Partido Laborista. Tratamos de no hablar de política, sino sobre libros. Me encantan los suyos. Él cambió el género del thriller con Chacal. Antes de Chacal, en las novelas leías “un hombre sacaba una pistola”. En Chacal era una Mauser, una Luger o una Smith & Wesson. Freddie nos especificaba hasta el calibre. Después de esa novela, todos teníamos también que hacerlo, ya no podíamos escribir “un tipo saca una pistola”.

¿Qué opina de John le Carré? Su trabajo es una especie de reacción a los libros que escribimos tanto Forsyth como yo, al igual que las novelas de Ian Fleming.

Como si estuviera al otro lado del espejo. Sí, desde luego.

¿Le gustan sus libros? Creo que El espía que vino del frío es una obra maestra. No sólo definitivamente uno de los grandes thrillers, sino una de las grandes novelas del siglo XX. Después de eso ha escrito bastante, y, la verdad, no me ha gustado mucho. Me parecen libros largos, demasiado complicados, no muy interesantes.

¿Qué es más importante, los personajes o la historia? La historia. Algunos escritores piensan en dos o tres personajes, los juntan y luego crean una historia que crece a su alrededor. Yo pienso en la historia, en hechos dramáticos y excitantes que puedan ocurrir, y entonces me pregunto qué tipo de personas pueden llevarlos a cabo. Muchos escritores ponen el énfasis en los personajes, y yo lo hago en la trama.

Y la trama de Un mundo sin fin relata a través de más de 1.100 páginas vidas y destinos de cinco personajes en Kingsbridge en el siglo XII, doscientos años después de Pilares: Godwyn, el prior del pueblo y malvado confabulador; Merthin, el arquitecto, que se enfrenta al desafío de construir un puente para que el pueblo no muera comercialmente y luego edificará la torre más alta de Inglaterra; su hermano Ralph, proscrito, violador y asesino que alcanzará la nobleza; Caris, la novia de Merthin, todo un carácter feminista en el medievo que será juzgada por bruja gracias a Godwyn y finalmente buscará refugio en el convento, y Gwenda, una muchacha pobre que se gana la vida como ladrona, que persigue un amor imposible y que sufrirá todo tipo de ultrajes, llevando una vida de miseria. Sus romances, ambiciones de poder y episodios sexuales se entrecruzarán en una tela de araña típica de un culebrón televisivo moderno, aderezado con lecciones sobre la arquitectura y logradas descripciones de batallas entre ingleses y franceses. El libro se ha colocado en las listas de best sellers de medio mundo. Pero no fue incluido entre las diez mejores novelas de 2007 que elaboran los críticos de publicaciones tan prestigiosas como Kirkus Review o The New York Times.

¿Por qué en la novela hay tanto sexo? Prácticamente se puede encontrar cada treinta páginas, y de todas clases… Sé a lo que se refiere [Follett no puede evitar unas carcajadas]. Hay relaciones entre gays, heterosexuales… bueno… el sexo es algo que nos impulsa. La vida es así. La gente hace cosas, hace el amor, actos de lujuria, es vanidosa… todas estas clases de emociones son parte de nuestra vida. Un mundo sin fin es el tipo de libro que cubre todos los aspectos de la vida de una sociedad entera, por lo que sería un error dejar el sexo fuera.

¿Se ha planteado alguna vez escribir una novela sin recurrir al sexo? Sería muy artificial. Algunos de mis lectores preferirían que hiciera una novela sin sexo y me escriben diciéndomelo, pero creo que a la mayoría les gusta y lo ven como parte sustancial de los personajes.

En la novela, los personajes comparten a veces las mujeres, luchan unos contra otros y se relacionan entre sí de una manera que me recuerda a series televisivas como ‘Dallas’ o ‘Dinastía’. ¿Hay algo de ellas en el libro? Creo que sí. La dramatización televisiva resulta muy eficiente. Narra la historia de forma rápida. Se concentra en un pequeño grupo de protagonistas. Una serie dramática como Dallas está cuidadosamente construida de forma que siempre hay un nuevo interrogante, como en mis libros. Lo que no puede hacer un serial dramático y sí una novela es contarte cómo se construye una catedral, por ejemplo. Los seriales televisivos son siempre muy superficiales, no cuentan con suficientes palabras y no pueden proporcionarte tantos detalles como una novela. Es como comparar una pintura con un dibujo animado. La pintura te muestra cada detalle de la escena y absorbe profundamente tu atención durante mucho tiempo. En cambio, miras rápidamente un dibujo animado, te hace reír, e inmediatamente fijas tu atención en el siguiente.

En este libro no hay una catedral como eje central. Sin embargo, usted asegura que se ha inspirado en las obras de restauración de la catedral de Santa María en Vitoria. Las catedrales siempre inspiran. Santa María es especial, ya que puedes ver bajo el suelo y detrás de los muros. Tiene un detalle que he usado en Un mundo sin fin. En la novela, la torre de la catedral se está desmoronando, lo que resulta un misterio. Y la razón es la misma que hay detrás de las grietas de esta catedral, y tiene que ver con el material de los cimientos, que se desgasta con los años y se convierte en una clase de polvo que fluye como el agua, por lo que no hay soporte subterráneo, los pilares.

¿Encuentra inspiración en lo que le rodea, los políticos del momento, como George W. Bush, o terroristas como Bin Laden? Pienso en la gente real cuando construyo mis personajes, pero nunca los baso en una persona real. Con el cambio que experimenta Godwyn hacia una mala persona me viene a la cabeza un montón de políticos que comenzaron con las mejores intenciones y terminaron por hacer cosas realmente perversas. Lyndon Johnson es un buen ejemplo. Era un hombre que cuando se metió en política sus objetivos eran muy similares a los míos. Bajo los estándares americanos, pertenecía al ala izquierda, realizó campañas en contra de la pobreza. Luego se lió lo de Vietnam, y le convirtió en un hombre cruel. Me resulta muy interesante averiguar cómo sucede esta transformación y quise que ese proceso ocurriera con Godwyn.

Le pregunto si “Godwyn” suena como “Downing”, en referencia a Downing Street, la que fue residencia de Tony Blair, y Follett me dice entre risas que no, aunque admite que hay mucho de Blair en su prior malvado. Follett es también un animal político y ha recolectado fondos para los laboristas. Nacido en Cardiff en el seno de una familia estrictamente protestante y muy puritana, Follett se casó a los 18 años al quedarse embarazada su novia, Mary. El matrimonio se divorció después de unos años, pero ahora mantienen excelentes relaciones. A su segunda esposa, Barbara Follett, la conoció en una reunión política del Partido Laborista. “Ella estaba preciosa y muy sexy, aunque el lugar no fuera muy romántico”. Follett admite que su forma de vida –es ateo, le gusta el rock and roll, la buena vida y se confiesa bastante materialista– choca frontalmente con la educación que recibió.

Casi todo el mundo aprende algo de sus padres, ¿no cree? Tiene usted razón. Me gusta adoptar una actitud moral. Soy así. Por ejemplo, el problema que tuve con Tony Blair es que no dijo la verdad. Para mí es algo horrible. Creo que un político siempre tiene que decir la verdad. Esa inclinación a realizar juicios morales procede de mis padres.

¿Lo dice porque Blair apoyó la guerra de Irak? No. Mi problema con él es que mintió sobre la guerra, no que la apoyara. Yo mismo la apoyé. Ahora vemos que fue un error, pero cuando se propuso yo pensé que era bueno. Y me equivoqué. No le critico por apoyarla, ni creo que los británicos lo hayan hecho. Estamos dolidos porque Blair mintió. Nos dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva, armas nucleares, y que conocía las pruebas muy fuertes y fiables, cuando sabía que las pruebas eran muy débiles y poco fiables. No puedo perdonarle por ello, y creo que los británicos tampoco.

¿Cómo observa la situación actual, la forma en que Occidente está haciendo frente al terrorismo internacional? Si hablamos sobre la guerra contra el terror, creo que no está siendo útil. En primer lugar, no se trata de una guerra. No me gusta el uso de estas palabras, no debemos llamarlo guerra. El problema de la militancia islámica es muy profundo y complejo. Claro que es necesaria la seguridad, pero ésa no es la solución. Tarde o temprano tendremos que afrontar las causas que motivan este terrorismo islámico. Tendremos que cambiar la situación en Oriente Medio, es aquí donde esta gente recaba la mayor parte de su odio. No tendremos paz en el mundo si no la alcanzamos antes en Oriente Medio.

Los ataques de los trenes de metro en Londres fueron llevados a cabo por islamistas nacidos y educados en el Reino Unido. ¿Fue algo que le sorprendió? Para mí fue algo impresionante. Pero, de nuevo, creo que tenemos que entender y trabajar en aquello que les irrita.

Usted ha tratado a menudo el terrorismo en sus novelas. ¿Cabía esperar una situación como la que ahora tenemos? Nos pilló por sorpresa a todos. Nunca lo vi venir. El 11 de septiembre… conmocionó a todos. Yo suponía que antes eran los comunistas, ahora son los militantes islámicos. Pero estas cosas no surgen así, del aire, o simplemente porque esta gente es malvada, que lo es. Tienen un motivo, y tenemos que prestarle atención.

Y hablando sobre esa motivación, ¿cuál cree que es? No creo que sea porque ellos odien nuestra forma de vida, no es el problema. Se sienten excluidos, como una minoría que es reprimida. Quizá sea un sentimiento irracional, pero está ahí, y tenemos que afrontarlo. Siempre tendremos este tipo de problemas a menos que formemos una sociedad más integradora, en la que los jóvenes negros, asiáticos o paquistaníes no sientan que están siendo empujados, expulsados. Creo que es una parte del problema.

Durante los noventa se dijo que usted no estaba en la liga de los escritores que más venden, como Stephen King, Michael Crichton y Tom Clancy. ¿Está preocupado ahora por alcanzarles? No es una preocupación, pero soy ambicioso. Miro las ventas de alguien como Stephen King y pienso: ¿qué tengo que hacer para vender como él? Ahora, con Pilares y Un mundo sin fin, me estoy acercando a esta liga. Pero tiene razón, pienso en ello. No es una preocupación o un problema. Algunos escritores no soportan que otros vendan un montón de libros. Yo nunca lo he sentido así. Si Stephen King vende más libros que yo es porque es un escritor terroríficamente bueno. Tiene un estilo único, la manera en la que muestra las emociones está muy vívida y es muy convincente. Tiene un conocimiento muy profundo de ellas y de los hombres. Por tanto se merece vender un montón de copias. Pienso que si llego a escribir tan bien, venderé tanto como él.

¿Cómo encaja las malas críticas cuando se producen? No las hago mucho caso, porque quienes las hacen leen mis libros por razones equivocadas. No leen mis libros por placer. Los leen porque tienen que escribir un artículo sobre ellos. Y mientras los leen piensan qué decir acerca de ellos y no pueden sentir la experiencia de un lector ordinario. Lo sé porque aunque no lo haga a menudo, a veces leo las críticas. Pero si los lectores me dicen que algo no les ha gustado, entonces me lo tomo muy en serio. Cuando me escriben, les respondo y les pido más detalles, les pregunto si se aburrieron, si algo no les pareció creíble…

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Entrevista Umberto Eco 

"El que se sienta totalmente feliz es un cretino"


JUAN CRUZ 30/03/2008 
Es un jubilado que no ejerce como tal. Sigue enseñando, y publica en España su última obra, ?Decir casi lo mismo?. Visitamos al profesor a pocas semanas de las elecciones en Italia.

Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que ahora, jubilado a los 76 años de sus múltiples ocupaciones académicas, sigue trabajando ?aún más que antes?, impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (?¡ni media palabra sobre el que hago ahora!?, exclama, poniéndose el dedo sobre los labios), asistiendo a congresos (cuando le vimos, estaba a punto, de ir a uno en el que tenía que hablar de las matemáticas locas, y ahora vendrá a Granada, a principios de abril, al Mapfre Hay Festival), leyendo tebeos (?ahora son demasiado intelectuales?) y riendo como un chiquillo. Serio cuando habla de Italia, cuyas elecciones se le vienen encima con la amenaza cierta de que las gane Berlusconi, y optimista cuando habla de España. ?¡Ustedes tienen la suerte de Zapatero!?. Cuando Jordi Socías le pidió que posara con un borsalino, el tipo de sombrero que ha hecho mundialmente conocido a su pueblo, Alessandria, se divirtió como si volviera al patio de su familia, en ese lugar que cada vez está más cerca de su memoria, como si la edad le hiciera recuperar los sabores perdidos de la adolescencia.

Vive en una casa espléndida, llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librería que está cerca de aquí, en la calle de Rovelo; cada tarde, cuando está en Milán y no viaja, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces como una tentación maldita, acude a esa librería de libros viejos, repasa catálogos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un café donde Eco es il professore. Cerca de la librería, por cierto, está Antonio, su peluquero, que ha colocado en la puerta de cristales un retrato de Eco con su borsalino; dentro está retratado mientras Antonio le hace la barba. La barba, por cierto, ya tiene las canas de un hombre que se dice a sí mismo viejo, pero que mantiene la marcha que le ha hecho legendario entre los académicos del mundo, por su actividad y por la variedad de sus gustos.

Sigue siendo ese hombre feliz (?casi feliz, ¡quien diga que es totalmente feliz es un cretino!?) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongación natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre tímido que teme meter la pata ??si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos??, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducción, cuenta un chiste que sólo pueden entender los que hablan español y los que hablan italiano; es el de un empresario extrañado de que uno de sus operarios se vaya cada día a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas más tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. ?Este hombre se va cada día a la una, se compra una botella de champán, se va a su casa y se entretiene con su mujer?. ?Pero?, exclama el empresario, ?¿y no podría entretenerse por la noche, como todo el mundo??. Después de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: ?Quizá usted lo entienda si me deja tratarle de tú?.

Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un éxito mundial absoluto; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación, de la que es un maestro, sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversación como en los libros siempre pespuntea con chistes así sus reflexiones o sus apólogos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el dueño de Milán, o del Milan, seguimos la conversación que habíamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qué le pasa a la juventud. Y él nos explicó: ?La juventud es como ese anciano que va al urólogo porque se orina encima y el urólogo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al médico que está curado. ?¿Curado??, pregunta el médico, ?o sea, que ya no se orina encima?. ?Sí, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual?. Y así es la juventud, lo está pasando igual de mal que siempre, no sabe adónde ir, pero ahora le da completamente igual?.

Hablamos de España, de sus amigos españoles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Semprún, ?lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qué alegría?), del premio Príncipe de Asturias que recibió en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal ?no sabe a nada?, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que terminó apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (?Di Carlomagno, así creerán que escribo sobre él en mi pró­ximo libro, y empezará el boca a boca?). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ésta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore.

Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.

Y ha mencionado al niño; ese niño es el que sale en El péndulo de Foucault, y aquél fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras contaba sobre aquel niño estaba feliz porque ?sé muy bien que es una afirmación muy reaccionaria? creo que la vida sirve sólo para recordar la propia infancia.

Ahí está la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los niños son seres muy infelices. Quizá yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la última vez que tocaba aquel instrumento, era un niño infeliz. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. Sí, por eso escribo.

Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un montón de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro día me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando tenía ocho o nueve años. No sólo me acuerdo del dentista, sino también del técnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el señor Romagnoli. No sé, pero estaba contentísimo de volver a pensar en mi dentista, al que había olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto más envejezco, más recuerdos tengo de mi infancia.

Claro, y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya? Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí? Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía a casa un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura.

Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a mí, sino a los más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan sólo durante un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío nuevo se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y ha sido una de las personas que más han influido en mi vida.

Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor versó acerca de la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada sobre el tema. Aprendí, y sigo aprendiendo? Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Quiero decir que mi relación con los estudiantes siempre ha sido una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también.

Una relación de ida y vuelta. Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relación erótica, en el sentido platónico del término. Además, hay una relación caníbal: tú comes sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen están con gente más anciana que ellos. A mí me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilación, de tener una relación universitaria.

¿Y usted a quién mordió? A la persona que dirigió mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio? Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosofía en el instituto era uno de estos profesores que podían interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Platón y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano.

Tantos estudiantes? A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo? No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con tus estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los años sesenta salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir contigo. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos que tú; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua.

Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano? En concreto, en Italia creen que en España estamos en el mejor de los mundos, y en España se habla de crisis? Estáis en un momento muy interesante en España, mejor que en Italia.

¿Y cómo está Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos.

¿Cuál es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: ?¿Qué idioma habláis??. ?El italiano?, dije, y él me preguntó: ?¿Y cuál es vuestro enemigo??. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy ha caído tanto Italia en su enemistad interna.

¿Y de dónde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 años, antes no lo era, y España lo fue por lo menos desde 1300, ¡desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros tenéis a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos? pero nosotros éramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El único Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado.

¿Y por qué gana Berlusconi? ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! Él fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene.

Usted habló de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: ?¿Cómo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes??. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez.

¿No hay solución para esta maldición italiana? ¡Que España haga una guerra de conquista! ¡Ja ja ja!

¿Ve a España como ejemplo? En este momento, España se encuentra en una situación económica de crecimiento, Zapatero es simpático, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Está sin duda en una fase más dinámica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes venían aquí a contemplar el milagro económico de Italia, y ahora nosotros miramos a España con mucha admiración.

Así que el futuro italiano? Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo.

¿Y Veltroni? Sí, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta años, pero los demás son muy viejos. Berlusconi tiene más de setenta años. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. Éste es el síntoma de una clase política que no quiere renunciar al poder.

A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno. Los jóvenes de todas las épocas y países son los que se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, ?todos nacemos incendiarios y morimos bomberos?. Ahora, con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinterés por la política.

En Italia acabó el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En España permanece. Y han surgido otros. ¿Cuál es su opinión sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revolución, entre comillas, permanece siempre. Incluso allí donde no puedes hacerla, lo intentas? En países donde existen grupos étnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en riñas futbolísticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstición; llevado eso al terreno de la política, pues ya se ve cómo acaba?

Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro años después del atentado más grave de la historia de Europa, y fue en España. Al Qaeda fue la responsable. ¿Este terrorismo es la celebración del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen métodos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fenómeno bélico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional ?no habría ejércitos suficientes?, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo islámico, pero sin duda hay una parte del mundo islámico que se siente en situación de inferioridad y está en guerra.

El 11-S cambió el estado de ánimo del mundo, ahora somos menos felices? El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en España como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sentía en sus carnes un ataque así. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado más terrorismo que el que había. Es precisamente la reacción de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio.

¿Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ¡Y si tuviera la receta, la vendería al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de dólares!

Por cierto, ¿quién será? Y yo qué se, los escritores no somos Nostradamus.

Lo que sí es cierto es que hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas? Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail será obsoleto porque todo se hará con el móvil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado.

La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan ni quién era Franco ni quién era Mussolini, ¡o incluso Felipe González! La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia.

La memoria es el olvido, que diría Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido.

Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes. Ése es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.

¿Cuál sería hoy el papel de la información? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes sencillamente han dejado de leer los periódicos y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los periódicos; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno; no puedo tomar café por la mañana si no tengo por lo menos dos periódicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los periódicos tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que a lo mejor dicen lo mismo? Existe la abundancia de información, pero también la abundancia de la misma información. No sé si se acuerda de mi teoría del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para mi libro La isla del día antes, y a mi hotel llegaba cada mañana el Fiji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve allí estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el primer Gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes.

Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los periódicos será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no te dicen qué decidió el Gobierno francés, sino que te dan cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los periódicos se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería o en la sala de espera del dentista.

Volvamos al principio, profesor. ¿Qué le hace a usted feliz? No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro.

Es raro: un español y un italiano, y en hora y media de conversación, la palabra ?Iglesia? ha salido sólo tres veces. Se está produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando había un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ¿De quién es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho más duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la política clerical del nuevo pontífice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revolución y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX.

Usted ha escrito que Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa? y yo he vivido la II Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS, y la Guerra Civil española. Hay una maldición china que dice: ?Espero que vivas en una época interesante?. Hay jóvenes generaciones que han vivido sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución Francesa, sino también la historia de Napoleón. ¡Ja ja ja!

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     ENTREVISTA Miguel Delibes

"Me cansa pensarme"


JUAN CRUZ 09/12/2007Genial. Pero siempre sobrio, al vivir y al escribir. Serio, aunque permanentemente enamorado. De Ángeles. Sus palabras suenan a despedida: "Ya no puedo hacer más".

Cuando llegamos a su casa estaba comenzando el otoño en Valladolid. Estaba sentado Miguel Delibes en su silla de siempre, debajo del retrato de su mujer, Ángeles, fallecida cuando era aún joven, en 1974. La señora de rojo sobre fondo gris. La mujer de su vida.

Después de la muerte de Ángeles, Delibes, que ya era un clásico vivo de la literatura española, sufrió un bache emocional. La presencia de ese cuadro sobre la cabeza de don Miguel evoca ese tiempo y la felicidad que los dos vivieron.

Durante años, esa ausencia era una presencia íntima y dolorosa, una herida de la que acaso le ayudó a salir un libro memorable, íntimo, casi secreto, Señora de rojo sobre fondo gris. "Don Miguel", le dijimos cuando le fuimos a ver para esta entrevista, "poca gente habla de ese libro, y es impresionante, tan íntimo, tan veraz". "Tendrán pudor", dijo.

Nosotros quisimos hablarle de ese libro; lo hicimos en persona, pero el maestro prefería hablar poco, y escribir, dar las respuestas por escrito. Estuvimos charlando con él un rato largo, para lo que él ahora acostumbra, cabreado con la vida, o mejor dicho, cabreado con la mala salud con la que le acompaña la vida. Cuando nos fuimos nos dijo: "Ya no me verás nunca mejor de como estoy ahora".

No, no está feliz con el tiempo que pasa, duerme mal, no tiene ganas de que el tiempo avance y le siga arrojando las interrogantes del dolor. A veces lo ha dicho: "Se me acabó el tiempo". En un periodo de otro dolor, cuando fue operado de una grave enfermedad, se pensó que acaso ya no escribiría más, y salió del trance con una novela extraordinaria, y extraordinariamente acogida, El hereje, cuyo pulso narrativo convirtió en una broma del maestro su aparente lejanía de la escritura.

Sobrio siempre, espartano, en el vivir y en la escritura, y en la expresión de sus sentimientos; ese mismo libro en el que quisimos centrar nuestra conversación por escrito es el reflejo del pudor casi quirúrgico con el que se enfrenta a la tristeza, que es algo hondo y privado; aun así, en esa hondura hay a veces, en el libro, y en Delibes, un destello, un detalle de humor que te desarma.

Lo tiene en la realidad, también, esa frase - "ya nunca me verás mejor que ahora"- sonaba en su despedida este principio de otoño en Valladolid como una de esas tarascadas que Mihura y Tono lanzaban a sus amigos cuando les iban a ver y ellos se sentían seriamente enfermos. Y él se siente seriamente enfermo; cuando dice eso, cuando se despide así, en su rostro aparece ese Delibes reconcentrado y serio que parece hecho de una sola piedra grande.

Antes de esta visita le habíamos visto por última vez hace unos años en Sedano (Burgos), que es casi un símbolo familiar de la felicidad con la que discurrió hasta el final la vida de Ángeles y Miguel. Allí organizaba, hasta que su salud se quebrantó tajantemente, las cacerías de las que han salido muchos de sus libros y que él siguió haciendo mientras pudo por las insistencias de sus hijos y nietos.

En esa ocasión era verano y él estaba rodeado de todos sus descendientes, en una atmósfera casi renacentista porque en su familia cada uno hace algo distinto, y todos lo cuentan con la alegría que ha mantenido el humor de Delibes, a pesar de sus pesadumbres, su melancolía y su escepticismo. En la sobremesa, Delibes reprodujo algunos comentarios literarios que ya había escrito, y que luego aparecieron de nuevo en España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela; en esos comentarios sobre algunos de sus contemporáneos - por ejemplo, Cela y Ferlosio, dos caras de la moneda novelística española -, un solo trazo de periodista certero y descreído dejaba dicho lo que pensaba, y una sola frase para cada uno, de desdén y de admiración, respectivamente, reflejaba el aire de águila que tienen sus ojos de lector.

En aquel entonces ya decía lo que nos dijo otra vez ahora: "Soy un desastre, y los demás me ven como un desastre". Desdeñado por el cuerpo, él mismo se sentía entonces desdeñoso de la vida, de sus placeres, incluido el placer del futuro. Como ahora, cuando acaba de cumplir 87 años, "y se notan, cómo no se van a notar". Ahora ya no le levantan el ánimo ni las victorias del Valladolid, pero sigue preguntando, como cuando era un periodista magistral, a cuya sombra se hizo, por ejemplo, Manu Leguineche, que una vez dijo de él que era un árbol que siempre da sombra. Le alegró la vida, cómo no, esa galería de retratos que constituyen ahora las portadas de sus obras completas, pero cuando han ido a hacerle parabienes o a curarle ha dicho en voz alta: "No me dejan morirme en paz".

De lo último que hablamos, en persona, cuando estuvimos en su casa, fue de su propia estantería, de los libros que lee, de los libros ajenos; había leído, o estaba leyendo, los voluminosos diarios que Adolfo Bioy Casares dejó escritos sobre su larga convivencia con Jorge Luis Borges. ¿Y sus libros, Delibes, cuáles son los libros que usted prefiere de entre todos los que ha escrito? "Huy", fue su respuesta, en directo. Cuando le enviamos el cuestionario, pusimos esa curiosidad en primer término, un pórtico a una serie de preguntas cuya respuesta principal acaso sea ésta: "¿Puedo quejarme yo de soledad?". En un momento en el que la salud no le responde, esa pregunta propia suena ahora como un halagüeño resumen de su manera de contemplar los años pasados. Y su recuerdo, emocionante y vibrante, casi físico, fresco, de Ángeles convierte algunos párrafos de otras respuestas en una emocionante, retrospectiva y presente declaración de amor de Miguel Delibes.

Aquí el cuestionario y sus respuestas:

Imagínese ante una estantería de sus propios libros, y usted no es el autor, sino Miguel Delibes, un lector. ¿Por qué libro empezaría? No es fácil imaginarse una situación así, pero yo, como lector, suelo iniciarme con un autor por lo más corto que encuentre: en mi caso personal empezaría por Viejas historias de Castilla la Vieja. Y si me gustase, iría aumentando el volumen de mis lecturas respetando la cronología, aunque sin ningún rigor.

Hay una obra de soledad, 'Cinco horas con Mario'. ¿Cómo nace? Don Miguel, ¿la soledad se combate? ¿Sale uno victorioso, o la soledad ya es una vestimenta, va con nosotros a las fiestas y a las despedidas? Por de pronto, no hay que confundir la soledad con la falta de compañía. La primera la padezco como viudo fiel que he sido, pero no la segunda, ya que me siento muy arropado. Mis hijos están conmigo. Los vecinos me paran en la calle para preguntarme por la salud, el Ayuntamiento de mi ciudad pone mi nombre a lugares culturales notables. Mi familia y amigos se desviven por atenderme, me abastecen de la compañía que necesito. ¿Puedo quejarme yo de soledad?

¿Y qué hace la literatura para ayudarnos, la creación artística? ¿O cuando hay dolor ya se acabó todo, no nos ayuda ni Dios? A veces, Dios ayuda. Ayuda a mucha gente que lo reconoce así. Los evangelios de Cristo son estimulantes a este respecto. Cuando murió mi mujer, Dios me ayudó, sin duda. Tuve esta sensación durante varios años, hasta que logré salir del pozo.

¿Cómo cambia Dios, Delibes, a medida que pasa el tiempo? ¿Qué va siendo la fe? ¿Cambia Dios o cambian los creyentes su concepto de Dios? A un jesuita no le gustó nada cuando le dije que echaba en falta mi ciega fe de niño. Él prefería una fe más razonada y adulta. Mi opinión es que en este punto no nos es dado elegir. El ateo listo no menciona a Dios apenas, pero cuando lo hace es con un sutilísimo deje de superioridad, algo así como el del españolísimo desplante del Rey a Chávez, que me hizo reír tanto.

Usted escribió en 'Señora de rojo sobre fondo gris': "¿Más de media docena de personas en el mundo que merezcan ser amadas?". ¿Las hay, don Miguel? ¿Qué nos hace amar a la gente? Las hay, seguramente más. Y ¿por qué nos amamos? El tirón, tanto en el amor como en la amistad, es para mí un misterio.

Ése es un libro extraordinario, como una herida que se va abriendo a medida que avanza. Y hay un paralelismo entre su vida con su mujer, Ángeles, y las cosas que cuenta en la novela. ¿Es lícito que pensemos que la identidad es, salvo detalles narrativos, prácticamente total? En cierto sentido, porque total, lo que se dice total, no puede ser la identidad en un caso como éste.

Escribe usted en ese libro: "Entonces dije esa gran verdad de que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir". Y usted se preguntaba: "¿Puede decirse de alguien algo más hermoso?". En la vida real, cuando recogió el Cervantes, dijo algo similar de Ángeles. Un recuerdo impresionante. ¿Cómo lo vivió, cómo lo vive? Esa bella frase sobre mi mujer no es mía. Es de Julián Marías, que la dijo por primera vez en mi recepción en la Real Academia. Me dejó con un nudo en la garganta pensando: "Exactamente eso era ella".

Han aparecido sus obras completas, y en la portada aparecen ustedes dos, su novia y usted. ¿Qué memoria viene primero a su mente cuando vuelve a verse en unas fotografías así? De la foto de Ángeles quinceañera que abre mis obras completas volví a enamorarme cada vez que la veía. Así pasó este verano. Esperando que amaneciera para mirar su fotografía. Siempre fue bella, pero, cuando la conocí, era tan bonita, inteligente y atractiva que tenía alrededor un centenar de moscones. Yo tenía un par de años más que ella, pero nos enamoramos, en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí. Eso duró mi historia sentimental.

Ella, en el libro, en la vida, era incapaz de rencores. Y cuenta que en la pareja (de la novela) ella hacía un gesto: se colocaba un hilo blanco en el dedo meñique para marcar sus enfados. ¿Era así? ¿Fue así en la vida real? ¿Cómo era esa relación, don Miguel? Lo del hilo en el dedo es rigurosamente cierto. Si el hilo se caía, olvidaba sus motivos de enojo. Me absolvía. Era todo cariño, tan lejos del rencor, que a veces no recordaba por qué se había atado el hilo en el dedo.

¿Qué nos hace querer a la gente? Su encanto, su entrega, su disponibilidad. ¡Sabe Dios! Después, cuando una persona entra en uno, se hace indispensable y no es fácil olvidarla.

Ese libro es también una narración sobre lo que el dolor o la incertidumbre hacen sobre el artista. La infelicidad lo interrumpe. ¿Le pasó a usted? ¿Cómo pudo dominar el dolor hasta volver a crear de nuevo, después de la muerte de Ángeles? El artista no sabe quién le empuja, cuál es su referencia, por qué escribe o por qué pinta, por qué razón dejaría de hacerlo. En mi caso estaba bastante claro. Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de hacerlo, dejé de escribir, y esta situación duró años. En ese tiempo pensé a veces que todo se había terminado.

Hace usted ahí una reflexión muy poderosa, que nos compete a todos: "Es algo que suele suceder con las muertes: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto las amabas, lo necesarios que te eran". Es un sentimiento de pérdida muy hondo. Como si el olvido fuera imposible.El amor llega a ser una costumbre y no reparamos en sus efectos. Por eso yo lamentaba no haberle dicho a tiempo cuánto la amaba y cuánto la necesitaba. Era un sentimiento de pérdida tan hondo que no me consolaba de haberlo silenciado.

En esta novela hay una insinuación sobre el carácter del ser humano, "sobre todo si es artista", demasiado pendiente de sí. Habrá visto muchos así. ¿Los tiene en la cabeza? ¿Cómo se ha relacionado usted con esa vanidad que cita? Siempre existe la vanidad en el artista, creo. A veces se muestra agresiva, absorbente. Nunca fue mi caso. La mía fue normalmente asimilada, controlada. Fuera del Premio Nadal, que me prendió fuerte, no recuerdo haber perdido pie por esta causa. Fui asimilando mi obra poco a poco.

No poderse replantear el pasado "es una de las limitaciones más crueles de la condición humana". De todos modos, uno se lo replantea. ¿Qué tacharía? No conduce a nada. Es una pregunta normal en las entrevistas, pero creo que no conduce a nada. Tachar, enmendar mentalmente ... ¿Para qué? Mis correcciones cuando he tenido que hacerlas han sido pequeñas, superficiales. A menudo, por mi gusto, habría vuelto a escribir la pieza entera. Pero eso no vale. Uno se queda a gusto o se queda frustrado. Es igual. El bien o el mal ya están hechos.

"La veía en el cuadro bella, grácil, desenvuelta...". Ahora está en el cuadro, y en esa novela. ¿Cómo la ve en la memoria? Muy próxima.

Ella decía: "En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años; hay quien no logra serlo 48 horas en toda una vida". Leonardo Sciascia decía que la felicidad era un instante. Hay un momento en que la felicidad es un recuerdo. ¿Qué recuerdo hay de la felicidad? La opinión de Sciascia no es una novedad. El estado de felicidad no existe en el hombre. Existen atisbos, instantes, aproximaciones, pero la felicidad termina en el momento en que empieza a manifestarse. Nunca llega a ser una situación continuada. Cuando no tienes nada, necesitas; cuando tienes algo, temes. Siempre es así. Total, que nunca se consigue.

Pesimista fue siempre: sobre la Tierra, sobre la naturaleza. ¿Se muere la Tierra, o simplemente está herida? Desgraciadamente, herida de gravedad. Su destino no podemos preverlo. Creo que aún está en nuestras manos salvarla, pero ¿nos vamos a poner de acuerdo para hacerlo? Estamos tan bien instalados en la abundancia que no es fácil convencer al vecino de que se sacrifique seriamente para impedir el calentamiento del planeta y hacerlo invisible para millones de personas. El momento es crucial para que el hombre nos dé la medida de su sensibilidad.

Me decía Emilio Lledó, cuando le conté que le iba a entrevistar: "Menciónale la palabra Fraga". ¿Le sigue soliviantando la palabra Fraga? Emilio vivía entonces [finales de los 60] en Valladolid [donde Delibes dirigía El Norte de Castilla], y conocía mis rifirrafes con Fraga, quien se obstinaba en proclamar que el pueblo en España era libre cuando nadie ignoraba que estábamos maniatados. Él y Juan Aparicio, maestro de censores, fueron para mí las nubes más negras de la negra etapa de la censura en España. Mis más penosos recuerdos de esta época fueron ellos: su persecución sistemática, su dureza... A los mayores tiranos siempre les gustó tener fama de liberadores.

Periodismo, un gran elemento de su biografía. ¿Cómo lo ve evolucionar? ¿Se sentiría cómodo en el periodismo que se hace hoy? Mire usted, yo estaba acostumbrado al mío, el periodismo de la linotipia, la teja y el chibalete, y el nuevo ha venido tan rápido que no me ha dado tiempo de asimilarlo. Lo veo como un invento reciente, y el mío, como una curiosidad medieval.

Hace treinta y pico de años pudo haber sido el director de EL PAÍS. ¿Se vio en algún momento haciéndolo? Así es, pero acabó prevaleciendo el buen sentido. Mi cabeza no asimilaba unos proyectos tan ambiciosos. Yo me conformaba con algo más abarcable, más pequeño, más familiar, que lo que Ortega me ofrecía tan generosamente. De manera que no acepté. Pero nunca tuve la sensación de haberme equivocado.

"No deseo más tiempo. Doy mi vida por vivida". Hay un momento en que dijo esto. ¿Cuándo lo sintió? ¿Cuándo piensa uno que lo ha hecho todo? No digo esto porque crea que ya lo he hecho todo en la vida, sino por el convencimiento de que ya no puedo hacer más. Se me ha saltado la cuerda como a los coches de los niños pequeños.

Hay un libro suyo de perfiles de contemporáneos suyos, 'Muerte y resurrección de la novela'¿Cuál sería su autorretrato, literario y vital, don Miguel? No saldría bien. Carecería de relieve o yo no acertaría a encontrarlo. Sería un retrato frío, aburrido, impersonal. Me cansa pensarme.

Ahora está rabioso, su salud es mala, el otoño se le ha echado encima como una mano que acelera la artritis. ¿Algo le alivia, le ayuda a sobrellevar la evidencia del dolor? Los potingues de farmacia, mis hijos, amigos, el deseo de anteponer la dignidad a la pura queja.

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                                   Fernando Vallejo contra el mundo
                                            

Después de un año de estudios en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Colombia, se licenció en Biología en la Universidad Javeriana. Poco después de los 20 años, viajó a Roma para estudiar cine en la Escuela Experimental de Cinecittá. Escribió y dirigió en México, donde vive desde 1971, dos películas sobre la violencia en Colombia. En 2003 ganó el premio Rómulo Gallegos de Literatura por su novela El desbarrancadero. Entre sus libros, figuran La virgen de los sicarios y La puta de Babilonia.

Entrevista de 
Alberto González Toro  en la revista Clarín
Detesta Colombia –de hecho renunció a la nacionalidad –, pero ha venido a Bogotá porque tiene severos problemas en la vista. Y en esta capital, a 2. 600 metros sobre el nivel del mar, está la famosa clínica del doctor Barraquer. "Tengo que hacerme un nuevo trasplante de córnea", explica Fernando Vallejo, un hombre afable, educadísimo, de voz suave y modales de lord inglés. Su novelística, en cambio, es feroz, desgarradora, profundamente nihilista. Vive en México desde hace muchos años, y sólo cree en los animales, maltratados por el hombre". Tanto es así que hace tiempo ya declaró que su herencia será legada a una institución que vele por el cuidado de "los animalitos". Su último libro, La puta de Babilonia, es una diatriba en contra de la Iglesia Católica. Su novela más difundida, La virgen de los sicarios, fue llevada al cine con éxito comercial. Pero tal vez su mejor relato sea El desbarrancadero, una despiadada radiografía de él y de su familia. "Mi madre tiene 89 años, y no me hablo con ella desde hace muchos años. Y jamás nos hablaremos", resume. Lo que sigue es una entrevista realizada en Bogotá en el frescor de una tarde. "Desde que empecé a escribir, hace veinticinco años, dejé de leer literatura. En todos estos años, sólo leí libros científicos", dice el escritor.

¿Por qué lo hizo?

Porque dejaron de interesarme los escritores. O más concretamente, la novela. Así que no conozco muy bien la nueva literatura latinoamericana. Ojeo libros por encima, y me doy cuenta de que están muy mal escritos. Los escritores no han descubierto una cosa esencial: existe un idioma literario contrapuesto al idioma hablado o coloquial. El idioma literario tiene unas fórmulas, una sintaxis y un léxico mucho más rico que los de la lengua hablada, que es un desastre dentro de todos los ámbitos de nuestro idioma. Es un adefesio, paupérrima, perdió toda expresividad. Y los escritores desconocen la lengua escrita. Ahora, en cualquier escritor moderno, lo único que hay es una voluntad obstinada por llegar a ser escritores. Pero no tienen qué contar ni tienen qué decir, ni tampoco saben cómo decirlo. Les falta oficio: no han hecho un descubrimiento tan elemental como es éste. Esto no quiere decir –que uno tenga que escribir en lenguaje literario: uno puede escribir en lenguaje literario o en lenguaje coloquial, o en una mezcla de los dos. Yo he decidido escribir en lenguaje literario identificado por el habla, y en el caso del habla he descubierto el habla de Colombia. Hubiera podido también trabajar también con el mexicano, el argentino o con cualquier otro. Pero puesto que la que tengo en la cabeza es la de aquí, con ésta me identifiqué yo. Manuel Mujica Lainez, por ejemplo, sólo escribía en lenguaje literario, nunca en lenguaje coloquial. En los años setenta, en Latinoamérica, se escribieron muchos libros en el lenguaje coloquial nacional. Manuel Puig, por ejemplo, escribía más o menos en argentino, aunque algo sabía del lenguaje literario. Pero volvamos al principio: los escritores no conocen el oficio, no reflexionan sobre lo que hacen. Y lo peor de todo es que tampoco tienen qué contar porque usualmente son muy jóvenes. . .

Usted dice que usualmente son muy jóvenes. ¿El escritor tiene que haber vivido bastante para poder contar su experiencia?

Si uno no ha vivido, no sé qué puede contar. Y entendemos por el escritor al novelista, porque la novela es el gran género de la literatura; también es un escritor un historiador, un ensayista, un biógrafo. Los jóvenes, en principio, no tienen mucho qué contar porque apenas están empezando a vivir. Sin embargo, tu ves que, en la literatura francesa, Raymond Radillet, escribió a los 17 años El diablo en el cuerpo, o están los poemas de Rimbaud, el Bon jour, tristesse , de Francois Sagan, que también escribió a los 17 años. Ellos habían vivido con cierta intensidad ya de muchachitos, entonces describían el mundo que estaban viendo. No existe la condena de que tenga que ser una persona mayor la que escriba, pero siempre hay que tener algo que contar y también hay que saber hacerlo.

¿Cuál es su opinión sobre su compatriota Gabriel García Márquez?

El personaje me interesa muy poco; me parece más bien un cortesano del tirano de Cuba. Es una vileza alcahuetear semejante monstruosidad. Esta es mi opinión sobre García Márquez persona.

¿Y como escritor?

Es un escritor que escribe novelas en tercera persona, con las que ya me peleé. Yo no he escrito ninguna novela en tercera persona, todas son en primera persona. La tercera persona me parece un camino trillado en la literatura, no va para ningún lado. Por lo demás, García Márquez es un escritor correcto que conoce en cierta forma el oficio. No tanto, por supuesto, como tu paisano Manuel Mujica Lainez, o como el español Azorín. De Mujica Lainez te puedo decir que es el prosista más grande del idioma español, con lo cual no te estoy diciendo que es el más grande escritor. Porque una cosa es ser un gran prosista y otra ser un gran escritor. Pero nadie, en los mil años de la lengua española, ha escrito un español con tal riqueza sintáctica y lexicográfica como él, con su ritmo y sonoridad. Es el gran prosista del idioma.

Lástima que esté un poco olvidado.

Sí, es cierto, porque el que han endiosado los jóvenes argentinos es Julio Cortázar.

¿No le gusta Cortázar?

No lo conozco. Lo he ojeado y me da la impresión de que no sabía escribir. No sabía justamente el idioma literario, escribía pobremente. Y los jóvenes hacen este cálculo: si este escritor tan malo es nuestro gran escritor, entonces por qué yo no puedo ser igual a él.

¿Y Borges?

El Aleph es un relato muy hermoso, logrado, espléndido. Ya sólo con eso bastaría para que su nombre quede en la literatura. Pero no pienso que sea tan grande como se dice. Lo han hecho tan grande porque desde el mundo anglosajón y francés lo pueden entender muy fácil: no es un escritor muy propio de la lengua española. El español no era tan importante en su literatura. Por lo demás, usa las palabras impropiamente, y además es afectado. Tiene afectaciones feas.

La literatura latinoamericana no parece interesarle mucho. ¿Le interesa alguna otra?

No, la verdad es que ninguna me interesa. Ni de Latinoamérica ni de España ni de Norteamérica ni de Europa. De niño y adolescente leía muchísimo; me he pasado leyendo gran parte de mi vida. Leí, sobre todo, literatura en tercera persona, que era mi pasión.

En esos años, ¿había algún autor que lo apasionaba?

Me gustaba el teatro de Ionesco. De niño, leía con pasión a Verne y Salgari. Y luego a Conan Doyle y su Sherlock Holmes. Esos que leí en mi niñez, son los libros que más feliz me han hecho. Novelas en tercera persona, de las que ahora abomino.

¿Y William Faulkner, Ernest Hemingway, Truman Capote?

Leí a todos los escritores norteamericanos de los veinte, los treinta, cuarenta, cincuenta... Es una novela por la que ahora no tengo mayor aprecio.

¿Y la novela europea?

Te puedo decir lo mismo. Francia se destaca porque los franceses sí sabían el oficio y conocían muy bien el lenguaje literario. En el siglo XX, Francia estuvo llena de grandes prosistas, algunos deslumbrantes como Colette. Pero eran grandes prosistas, pero como ya te dije un gran prosista no significa un gran escritor.

Usted dirigió cine. Ha escrito que fue una experiencia desagradable.

Dirigí tres largometrajes en México, que todavía se siguen pasando por televisión. Me salieron muy mal: dos de ellas trataban sobre Colombia, aunque no las pude hacer en mi país. Entonces México me prestó lo que tenía: sus actores, sus técnicos, su cine. Pero los mexicanos hablan en mexicano, y ahí empezaban a perderse la verdad y la fuerza. Son películas fracasadas de las que me olvidé hace mucho tiempo. e gustaba el cine y me engañé con él.

¿Por qué?

El cine es muy poca cosa. Al lado de la literatura, es muy poca cosa. Para expresar la realidad humana, o lo que le pasa a uno por dentro, el lenguaje cinematográfico es miserable, paupérrimo. El gran lenguaje es éste, el de la palabra. Por lo demás, como arte, la literatura es un arte menor comparado con la música, que es el arte máximo. Por lo menos no tiene fronteras lingüísticas. Puede ser universal; la literatura, no.

¿La Virgen de los sicarios es su libro más exitoso?

Es el más traducido, pero el más exitoso es La puta de Babilonia, que escribí en contra de la Iglesia.

Usted tiene una visión muy nihilista de la vida. ¿Cree, sin embargo, que el ser humano tiene un futuro?

El hombre, para empezar, cree ser lo máximo del universo. Hasta ahora ignoramos si hay vida e inteligencia en otras partes. Pero por más que lleguemos a saber y entender más, seguimos siendo muy poca cosa porque nos vamos a morir. Por lo demás, tenemos una barrera que nunca podremos traspasar; barrera que nos impide llegar al conocimiento total. Nunca podremos entender qué es la gravedad, qué es éso que llamamos materia, que parece una palabra científica pero que en realidad es metafísica; cómo las neuronas del cerebro producen la mente, o la conciencia, o el alma, o como querramos llamarlos. Tenemos una inteligencia muy limitada. Y el pensamiento es cambiante, efímero. Cada dos, tres, cinco segundos, vamos cambiando; se mueve, es un pantano. La memoria es miserable: dentro de poquito no nos acordaremos de qué estuvimos hablando aquí. Si no tuvieras el grabador no podría repetir mis palabras. Aparte de que somos malos, no somos buenos en principio. No vemos, por ejemplo, el dolor de los animales, que pueden sentir y sufrir como nosotros. Seguimos acuchillando a las vacas en los mataderos, y seguimos reproduciendo a los perros para tirarlos a la calle

¿Le teme a la muerte?

No. Me gustaría que fuera una muerte noble y no una muerte miserable. Además, siempre nos estamos muriendo de a poquito. Porque cuando uno envejece, se le muere la gente que quiere, los papás, los abuelos, los hermanos, los primos, los amigos, y se le mueren las calles de la infancia. Con cada muerto que ha tenido que ver con la vida de uno, uno también se va muriendo. Morirse, en realidad, es acabarse de morir.

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