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ENTREVISTA · CARLOS RUIZ ZAFÓN El 17 de Abril se puso a la venta la última novela de Carlos Ruiz Zafón, siete años después de la publicación de 'La sombra del viento'. Tras su lectura Sergio Vila-Sanjuán mantuvo una larga conversación con el autor, en la que comenta sus peculiaridades y las diferencias que la separan de su anterior best seller internacional. n
-¿Por qué ha ambientado El juego del ángel en los años 10 y 20?
LUIS MIGUEL ARIZA 02/03/2008 Señor Follett, ¿sólo venden las buenas novelas?, ¿o quizá una buena historia necesita algo más para convertirse en un ‘best seller’? Hay muchas formas distintas de conseguir una buena novela. Mis libros contienen historias que poseen un fuerte atractivo para millones de personas. Pero no es la única forma de escribir un buen libro. Hay obras excelentes que son disfrutadas enormemente por un número pequeño de lectores. No hace que sean malas, simplemente son distintas. Por ejemplo, una de mis favoritas es Edith Wharton [en referencia a la autora norteamericana nacida en 1862, ganadora del Pulitzer en 1920 por La edad de la inocencia, que ironizaba sobre la clase alta]. No vendió muchos libros, y sin embargo la releo continuamente, sus libros son maravillosos. El número de copias que uno vende es una medida del éxito, pero no la única. Usted escribió diez libros con seudónimo que no tuvieron precisamente éxito antes de ‘El ojo de la aguja’, en 1978. ¿Qué recuerda de aquella época? Trabajaba como periodista para el periódico londinense The Evening News, cuando se me rompió el coche. La reparación me costaba 200 libras. Nos habíamos trasladado a Londres, acababa de nacer mi hija, teníamos una casa grande y una gran hipoteca. ¡Y no tenía dinero para reparar el coche! Estaba en el taller, no lo podía mover de allí, y fui al banco para pedir un préstamo, pero me lo denegaron. No sabía qué hacer. Uno de los periodistas de The Evening News había escrito un thriller que publicó, y obtuvo del editor doscientas libras, justo la cantidad de dinero que necesitaba. Por lo que le dije a mi primera mujer, Mary: “Ya sé cómo vamos a recuperar el coche, voy a escribir un thriller”. Lo escribí rápidamente, se lo envié al editor y obtuve las doscientas libras para el coche. No era un libro muy bueno, pero pensé: “Si trabajo duro, la próxima vez podría ser mejor”. Era por entonces un escritor en la oscuridad. Solía ir a las librerías, y en el escaparate encontraba enormes pilas de libros de Frederick Forsyth o Sidney Sheldon. Y en la parte trasera, un par de copias de mis libros. Y solía preguntarme el motivo. Hay muchos autores que culpan a sus editores de que sus libros no vendan por no promocionarlos lo suficiente. Yo nunca hice esto. Siempre asumí que era por mi culpa. Pasé muchos años pensando sobre lo que tenían esas historias que las hacían tan excitantes como para que la gente las comprara. Empleé mucho tiempo en averiguar cómo escribir historias así. Hasta que escribió ‘El ojo de la aguja’. Sabía que era algo mucho mejor que lo que había hecho con anterioridad. Había mejorado realmente mi trabajo, pero nunca imaginé lo popular que llegaría a ser. No soñaba que, treinta años después, el libro seguiría vendiéndose en todo el mundo. Pero sí tenía el convencimiento de que sería un éxito. Fue un punto de inflexión en su carrera. Tenía un agente americano, alguien muy inteligente que sabía de historias de ficción. Aprendí mucho de él sobre el trabajo que yo hacía, me contaba su opinión sobre lo que tenía que cambiar, fue bastante importante. Vendió la historia a una editorial americana por 20.000 dólares, y realmente fue estupendo, con eso podía vivir dos años. En aquellos días, los editores de tapa dura y de bolsillo funcionaban por separado, no eran los mismos. Los de tapa dura fueron los que compraron mi libro y después pujaron para comprar los derechos de bolsillo. La subasta se cerró en 800.000 dólares. Mi editor de tapa dura tenía una parte de ello, pero finalmente me quedé con medio millón. Mi vida cambió de inmediato. Ha transcurrido mucho tiempo, usted ya es un escritor de ‘best sellers’, y me gustaría preguntarle si piensa dar un giro a su carrera, escribir algo no sólo teniendo en mente a los lectores. No. Nunca me lo he planteado. Cuando me siento a escribir pienso en los lectores, en lo que les gusta, si lo que hago es creíble para ellos, qué puede embrujarles… y no tengo otra agenda. Parece que está implícito en mi naturaleza el hecho de que cuando escribo quiero abrazar a millones de lectores. No quiero ser otra clase de escritor. Stephen King, por ejemplo, escribió ‘La historia de Lisey’, una aventura introspectiva sobre una viuda que pierde a su marido, un escritor de terror, y los críticos, al contrario que sus novelas anteriores, la recibieron estupendamente. El diario ‘The New York Times’ la calificó como una historia “asombrosa”. Sí, pero no me parece un libro muy diferente de otros que ha escrito Steve. No hay mucha sangre, ni gente asesinada y descuartizada, pero la manera como él construye el suspense y la forma que tiene de enfatizar las emociones internas y los miedos de Lisey es su marca. Lo que es inusual en él es que aquí sugiere con menos palabras, cuando suele cargar las tintas. Usted mantiene una amistad con Frederick Forsyth, a quien admira. Es un magnífico escritor de thrillers. Todavía leo todos sus libros. ¡Aprendí tanto de él cuando empezaba mi carrera! Tiene diez años más que yo, y a menudo viene a cenar a casa o yo voy a la suya. Tenemos bastante amistad, aunque nuestros puntos de vista políticos son muy diferentes: él es muy conservador, y yo apoyo al Partido Laborista. Tratamos de no hablar de política, sino sobre libros. Me encantan los suyos. Él cambió el género del thriller con Chacal. Antes de Chacal, en las novelas leías “un hombre sacaba una pistola”. En Chacal era una Mauser, una Luger o una Smith & Wesson. Freddie nos especificaba hasta el calibre. Después de esa novela, todos teníamos también que hacerlo, ya no podíamos escribir “un tipo saca una pistola”. ¿Qué opina de John le Carré? Su trabajo es una especie de reacción a los libros que escribimos tanto Forsyth como yo, al igual que las novelas de Ian Fleming. Como si estuviera al otro lado del espejo. Sí, desde luego. ¿Le gustan sus libros? Creo que El espía que vino del frío es una obra maestra. No sólo definitivamente uno de los grandes thrillers, sino una de las grandes novelas del siglo XX. Después de eso ha escrito bastante, y, la verdad, no me ha gustado mucho. Me parecen libros largos, demasiado complicados, no muy interesantes. ¿Qué es más importante, los personajes o la historia? La historia. Algunos escritores piensan en dos o tres personajes, los juntan y luego crean una historia que crece a su alrededor. Yo pienso en la historia, en hechos dramáticos y excitantes que puedan ocurrir, y entonces me pregunto qué tipo de personas pueden llevarlos a cabo. Muchos escritores ponen el énfasis en los personajes, y yo lo hago en la trama. Y la trama de Un mundo sin fin relata a través de más de 1.100 páginas vidas y destinos de cinco personajes en Kingsbridge en el siglo XII, doscientos años después de Pilares: Godwyn, el prior del pueblo y malvado confabulador; Merthin, el arquitecto, que se enfrenta al desafío de construir un puente para que el pueblo no muera comercialmente y luego edificará la torre más alta de Inglaterra; su hermano Ralph, proscrito, violador y asesino que alcanzará la nobleza; Caris, la novia de Merthin, todo un carácter feminista en el medievo que será juzgada por bruja gracias a Godwyn y finalmente buscará refugio en el convento, y Gwenda, una muchacha pobre que se gana la vida como ladrona, que persigue un amor imposible y que sufrirá todo tipo de ultrajes, llevando una vida de miseria. Sus romances, ambiciones de poder y episodios sexuales se entrecruzarán en una tela de araña típica de un culebrón televisivo moderno, aderezado con lecciones sobre la arquitectura y logradas descripciones de batallas entre ingleses y franceses. El libro se ha colocado en las listas de best sellers de medio mundo. Pero no fue incluido entre las diez mejores novelas de 2007 que elaboran los críticos de publicaciones tan prestigiosas como Kirkus Review o The New York Times. ¿Por qué en la novela hay tanto sexo? Prácticamente se puede encontrar cada treinta páginas, y de todas clases… Sé a lo que se refiere [Follett no puede evitar unas carcajadas]. Hay relaciones entre gays, heterosexuales… bueno… el sexo es algo que nos impulsa. La vida es así. La gente hace cosas, hace el amor, actos de lujuria, es vanidosa… todas estas clases de emociones son parte de nuestra vida. Un mundo sin fin es el tipo de libro que cubre todos los aspectos de la vida de una sociedad entera, por lo que sería un error dejar el sexo fuera. ¿Se ha planteado alguna vez escribir una novela sin recurrir al sexo? Sería muy artificial. Algunos de mis lectores preferirían que hiciera una novela sin sexo y me escriben diciéndomelo, pero creo que a la mayoría les gusta y lo ven como parte sustancial de los personajes. En la novela, los personajes comparten a veces las mujeres, luchan unos contra otros y se relacionan entre sí de una manera que me recuerda a series televisivas como ‘Dallas’ o ‘Dinastía’. ¿Hay algo de ellas en el libro? Creo que sí. La dramatización televisiva resulta muy eficiente. Narra la historia de forma rápida. Se concentra en un pequeño grupo de protagonistas. Una serie dramática como Dallas está cuidadosamente construida de forma que siempre hay un nuevo interrogante, como en mis libros. Lo que no puede hacer un serial dramático y sí una novela es contarte cómo se construye una catedral, por ejemplo. Los seriales televisivos son siempre muy superficiales, no cuentan con suficientes palabras y no pueden proporcionarte tantos detalles como una novela. Es como comparar una pintura con un dibujo animado. La pintura te muestra cada detalle de la escena y absorbe profundamente tu atención durante mucho tiempo. En cambio, miras rápidamente un dibujo animado, te hace reír, e inmediatamente fijas tu atención en el siguiente. En este libro no hay una catedral como eje central. Sin embargo, usted asegura que se ha inspirado en las obras de restauración de la catedral de Santa María en Vitoria. Las catedrales siempre inspiran. Santa María es especial, ya que puedes ver bajo el suelo y detrás de los muros. Tiene un detalle que he usado en Un mundo sin fin. En la novela, la torre de la catedral se está desmoronando, lo que resulta un misterio. Y la razón es la misma que hay detrás de las grietas de esta catedral, y tiene que ver con el material de los cimientos, que se desgasta con los años y se convierte en una clase de polvo que fluye como el agua, por lo que no hay soporte subterráneo, los pilares. ¿Encuentra inspiración en lo que le rodea, los políticos del momento, como George W. Bush, o terroristas como Bin Laden? Pienso en la gente real cuando construyo mis personajes, pero nunca los baso en una persona real. Con el cambio que experimenta Godwyn hacia una mala persona me viene a la cabeza un montón de políticos que comenzaron con las mejores intenciones y terminaron por hacer cosas realmente perversas. Lyndon Johnson es un buen ejemplo. Era un hombre que cuando se metió en política sus objetivos eran muy similares a los míos. Bajo los estándares americanos, pertenecía al ala izquierda, realizó campañas en contra de la pobreza. Luego se lió lo de Vietnam, y le convirtió en un hombre cruel. Me resulta muy interesante averiguar cómo sucede esta transformación y quise que ese proceso ocurriera con Godwyn. Le pregunto si “Godwyn” suena como “Downing”, en referencia a Downing Street, la que fue residencia de Tony Blair, y Follett me dice entre risas que no, aunque admite que hay mucho de Blair en su prior malvado. Follett es también un animal político y ha recolectado fondos para los laboristas. Nacido en Cardiff en el seno de una familia estrictamente protestante y muy puritana, Follett se casó a los 18 años al quedarse embarazada su novia, Mary. El matrimonio se divorció después de unos años, pero ahora mantienen excelentes relaciones. A su segunda esposa, Barbara Follett, la conoció en una reunión política del Partido Laborista. “Ella estaba preciosa y muy sexy, aunque el lugar no fuera muy romántico”. Follett admite que su forma de vida –es ateo, le gusta el rock and roll, la buena vida y se confiesa bastante materialista– choca frontalmente con la educación que recibió. Casi todo el mundo aprende algo de sus padres, ¿no cree? Tiene usted razón. Me gusta adoptar una actitud moral. Soy así. Por ejemplo, el problema que tuve con Tony Blair es que no dijo la verdad. Para mí es algo horrible. Creo que un político siempre tiene que decir la verdad. Esa inclinación a realizar juicios morales procede de mis padres. ¿Lo dice porque Blair apoyó la guerra de Irak? No. Mi problema con él es que mintió sobre la guerra, no que la apoyara. Yo mismo la apoyé. Ahora vemos que fue un error, pero cuando se propuso yo pensé que era bueno. Y me equivoqué. No le critico por apoyarla, ni creo que los británicos lo hayan hecho. Estamos dolidos porque Blair mintió. Nos dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva, armas nucleares, y que conocía las pruebas muy fuertes y fiables, cuando sabía que las pruebas eran muy débiles y poco fiables. No puedo perdonarle por ello, y creo que los británicos tampoco. ¿Cómo observa la situación actual, la forma en que Occidente está haciendo frente al terrorismo internacional? Si hablamos sobre la guerra contra el terror, creo que no está siendo útil. En primer lugar, no se trata de una guerra. No me gusta el uso de estas palabras, no debemos llamarlo guerra. El problema de la militancia islámica es muy profundo y complejo. Claro que es necesaria la seguridad, pero ésa no es la solución. Tarde o temprano tendremos que afrontar las causas que motivan este terrorismo islámico. Tendremos que cambiar la situación en Oriente Medio, es aquí donde esta gente recaba la mayor parte de su odio. No tendremos paz en el mundo si no la alcanzamos antes en Oriente Medio. Los ataques de los trenes de metro en Londres fueron llevados a cabo por islamistas nacidos y educados en el Reino Unido. ¿Fue algo que le sorprendió? Para mí fue algo impresionante. Pero, de nuevo, creo que tenemos que entender y trabajar en aquello que les irrita. Usted ha tratado a menudo el terrorismo en sus novelas. ¿Cabía esperar una situación como la que ahora tenemos? Nos pilló por sorpresa a todos. Nunca lo vi venir. El 11 de septiembre… conmocionó a todos. Yo suponía que antes eran los comunistas, ahora son los militantes islámicos. Pero estas cosas no surgen así, del aire, o simplemente porque esta gente es malvada, que lo es. Tienen un motivo, y tenemos que prestarle atención. Y hablando sobre esa motivación, ¿cuál cree que es? No creo que sea porque ellos odien nuestra forma de vida, no es el problema. Se sienten excluidos, como una minoría que es reprimida. Quizá sea un sentimiento irracional, pero está ahí, y tenemos que afrontarlo. Siempre tendremos este tipo de problemas a menos que formemos una sociedad más integradora, en la que los jóvenes negros, asiáticos o paquistaníes no sientan que están siendo empujados, expulsados. Creo que es una parte del problema. Durante los noventa se dijo que usted no estaba en la liga de los escritores que más venden, como Stephen King, Michael Crichton y Tom Clancy. ¿Está preocupado ahora por alcanzarles? No es una preocupación, pero soy ambicioso. Miro las ventas de alguien como Stephen King y pienso: ¿qué tengo que hacer para vender como él? Ahora, con Pilares y Un mundo sin fin, me estoy acercando a esta liga. Pero tiene razón, pienso en ello. No es una preocupación o un problema. Algunos escritores no soportan que otros vendan un montón de libros. Yo nunca lo he sentido así. Si Stephen King vende más libros que yo es porque es un escritor terroríficamente bueno. Tiene un estilo único, la manera en la que muestra las emociones está muy vívida y es muy convincente. Tiene un conocimiento muy profundo de ellas y de los hombres. Por tanto se merece vender un montón de copias. Pienso que si llego a escribir tan bien, venderé tanto como él. ¿Cómo encaja las malas críticas cuando se producen? No las hago mucho caso, porque quienes las hacen leen mis libros por razones equivocadas. No leen mis libros por placer. Los leen porque tienen que escribir un artículo sobre ellos. Y mientras los leen piensan qué decir acerca de ellos y no pueden sentir la experiencia de un lector ordinario. Lo sé porque aunque no lo haga a menudo, a veces leo las críticas. Pero si los lectores me dicen que algo no les ha gustado, entonces me lo tomo muy en serio. Cuando me escriben, les respondo y les pido más detalles, les pregunto si se aburrieron, si algo no les pareció creíble… "El que se sienta totalmente feliz es un cretino"JUAN CRUZ 30/03/2008 Sigue siendo ese hombre feliz (?casi feliz, ¡quien diga que es totalmente feliz es un cretino!?) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongación natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre tímido que teme meter la pata ??si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos??, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducción, cuenta un chiste que sólo pueden entender los que hablan español y los que hablan italiano; es el de un empresario extrañado de que uno de sus operarios se vaya cada día a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas más tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. ?Este hombre se va cada día a la una, se compra una botella de champán, se va a su casa y se entretiene con su mujer?. ?Pero?, exclama el empresario, ?¿y no podría entretenerse por la noche, como todo el mundo??. Después de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: ?Quizá usted lo entienda si me deja tratarle de tú?. Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un éxito mundial absoluto; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación, de la que es un maestro, sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversación como en los libros siempre pespuntea con chistes así sus reflexiones o sus apólogos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el dueño de Milán, o del Milan, seguimos la conversación que habíamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qué le pasa a la juventud. Y él nos explicó: ?La juventud es como ese anciano que va al urólogo porque se orina encima y el urólogo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al médico que está curado. ?¿Curado??, pregunta el médico, ?o sea, que ya no se orina encima?. ?Sí, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual?. Y así es la juventud, lo está pasando igual de mal que siempre, no sabe adónde ir, pero ahora le da completamente igual?. Hablamos de España, de sus amigos españoles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Semprún, ?lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qué alegría?), del premio Príncipe de Asturias que recibió en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal ?no sabe a nada?, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que terminó apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (?Di Carlomagno, así creerán que escribo sobre él en mi próximo libro, y empezará el boca a boca?). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ésta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore. Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto. Y ha mencionado al niño; ese niño es el que sale en El péndulo de Foucault, y aquél fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras contaba sobre aquel niño estaba feliz porque ?sé muy bien que es una afirmación muy reaccionaria? creo que la vida sirve sólo para recordar la propia infancia. Ahí está la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los niños son seres muy infelices. Quizá yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la última vez que tocaba aquel instrumento, era un niño infeliz. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. Sí, por eso escribo. Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un montón de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro día me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando tenía ocho o nueve años. No sólo me acuerdo del dentista, sino también del técnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el señor Romagnoli. No sé, pero estaba contentísimo de volver a pensar en mi dentista, al que había olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto más envejezco, más recuerdos tengo de mi infancia. Claro, y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya? Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí? Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía a casa un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura. Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a mí, sino a los más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan sólo durante un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío nuevo se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y ha sido una de las personas que más han influido en mi vida. Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor versó acerca de la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada sobre el tema. Aprendí, y sigo aprendiendo? Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Quiero decir que mi relación con los estudiantes siempre ha sido una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también. Una relación de ida y vuelta. Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relación erótica, en el sentido platónico del término. Además, hay una relación caníbal: tú comes sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen están con gente más anciana que ellos. A mí me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilación, de tener una relación universitaria. ¿Y usted a quién mordió? A la persona que dirigió mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio? Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosofía en el instituto era uno de estos profesores que podían interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Platón y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano. Tantos estudiantes? A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo? No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con tus estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los años sesenta salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir contigo. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos que tú; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua. Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano? En concreto, en Italia creen que en España estamos en el mejor de los mundos, y en España se habla de crisis? Estáis en un momento muy interesante en España, mejor que en Italia. ¿Y cómo está Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos. ¿Cuál es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: ?¿Qué idioma habláis??. ?El italiano?, dije, y él me preguntó: ?¿Y cuál es vuestro enemigo??. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy ha caído tanto Italia en su enemistad interna. ¿Y de dónde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 años, antes no lo era, y España lo fue por lo menos desde 1300, ¡desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros tenéis a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos? pero nosotros éramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El único Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado. ¿Y por qué gana Berlusconi? ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! Él fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene. Usted habló de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: ?¿Cómo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes??. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez. ¿No hay solución para esta maldición italiana? ¡Que España haga una guerra de conquista! ¡Ja ja ja! ¿Ve a España como ejemplo? En este momento, España se encuentra en una situación económica de crecimiento, Zapatero es simpático, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Está sin duda en una fase más dinámica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes venían aquí a contemplar el milagro económico de Italia, y ahora nosotros miramos a España con mucha admiración. Así que el futuro italiano? Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo. ¿Y Veltroni? Sí, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta años, pero los demás son muy viejos. Berlusconi tiene más de setenta años. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. Éste es el síntoma de una clase política que no quiere renunciar al poder. A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno. Los jóvenes de todas las épocas y países son los que se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, ?todos nacemos incendiarios y morimos bomberos?. Ahora, con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinterés por la política. En Italia acabó el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En España permanece. Y han surgido otros. ¿Cuál es su opinión sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revolución, entre comillas, permanece siempre. Incluso allí donde no puedes hacerla, lo intentas? En países donde existen grupos étnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en riñas futbolísticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstición; llevado eso al terreno de la política, pues ya se ve cómo acaba? Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro años después del atentado más grave de la historia de Europa, y fue en España. Al Qaeda fue la responsable. ¿Este terrorismo es la celebración del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen métodos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fenómeno bélico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional ?no habría ejércitos suficientes?, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo islámico, pero sin duda hay una parte del mundo islámico que se siente en situación de inferioridad y está en guerra. El 11-S cambió el estado de ánimo del mundo, ahora somos menos felices? El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en España como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sentía en sus carnes un ataque así. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado más terrorismo que el que había. Es precisamente la reacción de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio. ¿Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ¡Y si tuviera la receta, la vendería al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de dólares! Por cierto, ¿quién será? Y yo qué se, los escritores no somos Nostradamus. Lo que sí es cierto es que hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas? Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail será obsoleto porque todo se hará con el móvil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado. La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan ni quién era Franco ni quién era Mussolini, ¡o incluso Felipe González! La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia. La memoria es el olvido, que diría Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido. Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes. Ése es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma. ¿Cuál sería hoy el papel de la información? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes sencillamente han dejado de leer los periódicos y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los periódicos; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno; no puedo tomar café por la mañana si no tengo por lo menos dos periódicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los periódicos tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que a lo mejor dicen lo mismo? Existe la abundancia de información, pero también la abundancia de la misma información. No sé si se acuerda de mi teoría del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para mi libro La isla del día antes, y a mi hotel llegaba cada mañana el Fiji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve allí estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el primer Gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes. Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los periódicos será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no te dicen qué decidió el Gobierno francés, sino que te dan cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los periódicos se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería o en la sala de espera del dentista. Volvamos al principio, profesor. ¿Qué le hace a usted feliz? No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro. Es raro: un español y un italiano, y en hora y media de conversación, la palabra ?Iglesia? ha salido sólo tres veces. Se está produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando había un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ¿De quién es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho más duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la política clerical del nuevo pontífice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revolución y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX. Usted ha escrito que Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa? y yo he vivido la II Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS, y la Guerra Civil española. Hay una maldición china que dice: ?Espero que vivas en una época interesante?. Hay jóvenes generaciones que han vivido sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución Francesa, sino también la historia de Napoleón. ¡Ja ja ja! Ir a inicio
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