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EMILIO PRADOS


Emilio Prados Such. (Málaga, 4 de marzo de 1899 - México, 24 de abril de 1962), poeta español.

Sus primeros quince años transcurren en Málaga, donde asiste al Instituto de enseñanza secundaria. En 1914, obtiene una plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En este internado conoce a Juan Ramón Jiménez, uno de los asiduos invitados y quien, junto con la afición a los libros inculcada por su abuelo Miguel Such y Such en su infancia, determinaría su inclinación hacia la poesía. En 1918 se incorpora al grupo universitario de la Residencia, centro que se convierte en punto convergente de las ideas vanguardistas e intelectuales de Europa, así como en un foro de diálogo permanente entre ciencias y artes. En este fecundo caldo de cultivo se forma la Generación del 27 y es aquí, donde Prados entabla amistad con el círculo que forman Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí.

En 1921, el agravamiento de la enfermedad pulmonar que padece desde su infancia le obliga a ingresar en el sanatorio de Davosplatz (Suiza) donde pasará la mayor parte del año. En esa reclusión terapéutica, Emilio Prados comenzará a descubrir los autores más sobresalientes de la literatura europea y a consolidar su vocación de escritor. Tras este paréntesis, en 1922, reanuda su formación académica asistiendo a cursos en las universidades de Friburgo y Berlín; visita museos y galerías de arte de las principales ciudades alemanas y conoce a Picasso y a diversos pintores españoles en París.

En el verano de 1924 regresa a su ciudad natal, donde continúa su actividad como escritor y funda, junto a Manuel Altolaguirre, la revista Litoral, el hito más renovador de la cultura española de los años 20, en cuyas páginas refleja el diálogo entre poesía, música y pintura del que bebió en la Residencia de Estudiantes, logrando reunir bajo un único código creativo a figuras tan relevantes como: Jorge Guillén, Moreno Villa, Manuel de Falla, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ángeles Ortiz o Federico García Lorca entre otros.

En 1925 inicia su actividad como editor de la imprenta Sur, en la que trabaja también junto a Altolaguirre. De estos talleres saldrán publicados gran parte de los títulos de la poesía del 27. El esmerado trabajo de edición que realizan ambos poetas les procura prestigio internacional.

Paralelamente a sus actividades creadoras, su compromiso social se va decantando en un progresivo interés hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Es en plena II República, en 1934, cuando su acercamiento a la izquierda se muestra explícitamente. El clima de violencia que impera en Málaga al estallar la guerra le hace trasladarse a Madrid y allí entrará a formar parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Colabora en tareas humanitarias, ayuda en la organización del II Congreso Internacional de Escritores y en la edición de varios libros: Homenaje al poeta Federico García Lorca y Romancero general de la guerra de España, al tiempo que se publican varias de sus obras. Recibe el Premio Nacional de Literatura por la recopilación de su poesía de guerra, Destino fiel en 1938.

Poco después se instala en Barcelona para encargarse, junto con Altolaguirre otra vez, de las “Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública”. Pero la situación es ya insostenible en la España de comienzos de 1939 para un republicano, por lo que decide marcharse a París y el 6 de mayo parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte.


Obra poética.

      Malagueño, como Altolaguirre, con quien le unió estrecha amistad y en compañía del cual fundó y dirigió la revista y ediciones de «Litoral». Prados sólo recibe un influjo epidérmico de las escuelas de vanguardia: el aire de juego, el uso de las metáforas. Su obra, de re­finado tono menor Canciones del farero, Cancionero menor—, es una estilización culta del folklore andaluz. Esta poesía se relaciona con la del primer Alberti en sus motivos marineros, donde, como escribe Valbuena Prat, «hay más orden que inmensidad, más nave que brisa, más puerto que espuma»; y con la de García Lorca, tanto por el gusto del arabesco y la miniatura como por la presencia de más hondos temas: el llanto, el sueño, la muerte: El llanto subterráneo, Circuncisión del sueño, Mínima muerte. Los acontecimientos de la vida española —la guerra, el destierro— ponen en Pra­dos, sobre la gracia infantil y juvenil de sus primitivas canciones, un acento de humanidad y de dolor.

     Dotado de una naturaleza enfermiza. Prados se define –salvo en etapa de acción política- por una fuerte tendencia a recluirse en su interior y a ahondar en los problemas de la vida y de la muerte. De ahí las notas dominantes de su obra.

El mar malagueño y el sentimiento de la muerte preparan las bases de la primera poesía de Prados, editada a través de tres libros: Tiempo (1925), Canciones del farero (1926) y Vuelta (1927). Tiene una actitud quietista y contemplativa ante el paisaje, que le lleva a la clarividencia de que la Naturaleza es un incesante y equilibrado movimiento de vida en el Tiempo. Aprenderá a mirar en profundidad el Cuerpo de la Naturaleza, siendo este el ejercicio propuesto y resuelto en su primera etapa poética. Blanco Aguinaga (en Vida y obra de Emilio Prados, 1960) considera que en estos libros son visibles las huellas de la poesía arábigo-andaluza y de la corriente francesa, desde Baudelaire hasta el surrealismo, que busca las “correspondencias” de la Naturaleza y de la otredad del ser. 

Los contrarios que se manifiestan en ese concierto de amor de todo lo natural (día/ noche, cielo/ mar, luz/ sombra) tratan de fusionarse unos en otros. Influido, por el pensamiento de Heráclito y Parménides, Prados contempla un mundo en el que todo vive siempre en leve tránsito. Pero esta afirmación no está exenta de duda, que se acentuará notablemente a partir del libro Cuerpo perseguido.

Poco a poco vamos descubriendo cuáles son las notas que enmarcan este primer paso de Prados: una realidad no sometida a un tiempo destructor donde no existe una muerte absoluta y en donde todo es trasunto y transformación, que permanece. Un universo personal que alcanza su más decantada y exacta expresión en el largo poema (1926-27) El Misterio del Agua, que Prados no publicó hasta 1954, en su famosa Antología.

 

Primera Etapa.

  • Cuerpo perseguido (escrito entre 1927-28, pero publicado en 1946) supone una inflexión importante en esta primera etapa de la poesía de Prados. Se rompe (con la aparición del amor humano) la perfecta armonía vislumbrada en el Cuerpo de la Naturaleza. Momento de crisis interior que parece encontrar solución. 

Segunda etapa

 Supone la entrega a una poesía social y política en la que irrumpe un lenguaje surrealista: 

  • La voz cautiva 

  • y Andando, andando por el mundo (ambos escritos entre 1932-35) Son libros violentos y pesimistas

  • A un compromiso activo obedecen Llanto en la sangre (1933-37), así como las secciones Romancero y Cancionero menor para los combatientes, incluidas en Destino fiel.  

Tercera Etapa

Con el exilio comienza su tercera etapa, jalonada de largos e importantes libros, que ahondan en un proceso de misticismo y panteísmo, perfecto ejemplo de la síntesis que el espíritu de este hombre solitario necesitaba experimentar.

  • En estos años de nostalgia y lamentos, encontramos, como primera muestra importante de la nueva andadura, el libro Mínima muerte (1944), que “arranca de lo muerto y avanza hacia un voluntario recogimiento interior que será germen positivo de más vida hacia fuera de sí mismo” (Blanco Aguinaga), y que formalmente supone la vuelta al esquema de canción de los primeros libros de Prados. Se acusan los símbolos como el de la rosa, y el conceptismo expresivo de la mística. Busca un camino para resolver el antagonismo vida-muerte, que obsesiona a Prados desde su profundo sentimiento de desarraigo. La muerte es la forma mínima de una verdad interior, que es vida, heredera continua de sí misma.

  • Muy importante es Jardín cerrado (1940-46), voluminoso libro rigurosamente estructurado y de un lenguaje condensado y hermético, en el que Prados expresa su lucha interior por conseguir un equilibrio, roto el cordón umbilical con el cosmos (desde el microcosmos que es Málaga, paisaje mínimo e íntimo) por la profunda hendidura de la guerra. En cierto modo Jardín cerrado nos explica, junto con Mínima muerte, el tránsito, el doloroso camino que va de la nostalgia obsesiva hasta el justo sentido del Tiempo del hombre, en su pasado, su presente y su futuro. Para explicar esta transfiguración, Prados acomoda su poe­sía al sistema de símbolos y de conceptos aprendidos en la literatura mística del XVI.

Tras la cima que supone Jardín cerrado, la recta final de la trayectoria poética de Prados está surcada por una serie de libros cada vez más densos y filosóficos, lista que empieza con Río natural (1957) y acaba con Cita sin límite, (1965).



POEMAS DE EMILIO PRADOS

Vega en Calma
 (Cártama, 3 de agosto)

Cielo gris.

Suelo rojo...

De un olivo a otro

vuela el tordo.

 

(En la tarde hay un sapo

de ceniza y de oro.)

 

Suelo gris.

Cielo rojo...

 

Quedó la luna enredada

en el olivar.

 

¡Quedó la luna olvidada! 

 

 

Alba rápida

¡Pronto, de prisa, mi reino,

que seme escapa, que huye,

que se me va por las fuentes!

¡Qué luces, qué cuchilladas

sobre sus torres enciende!

Los brazos de mi corona,

¡qué ramas al cielo tienden!

¡Qué silencios tumba el alma!

¡Qué puertas cruza la Muerte!

¡Pronto, que el reino se escapa!

¡Que se derrumban mis sienes!

¡Qué remolino en mis ojos!

¡Qué galopar en mi frente!

¡Qué caballos de blancura

mi sangre en el cielo vierte!

Ya van por el viento, suben,

saltan por la luz, se pierden

sobre las aguas...

                          Ya vuelven

redondos, limpios, desnudos...

¡Qué primavera de nieve!

 

Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!

¡que se me va, ¡que se pierde

su reino entre mis caballos!

¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!

¡que lo hacen pedazos, vivo,

bajo sus cascos celestes!

¡Pronto, que el reino acaba!

¡Ya se le tronchan las fuentes!

¡Ay, limpias yeguas del aire!

¡Ay, banderas de mi frente!

¡Qué galopar en mis ojos!

Ligero, el mundo amanece...

 

 

Canción.

No es lo que está roto, no,

el agua que el vaso tiene:

lo que está roto es el vaso

y, el agua, al suelo se vierte.

 

No es lo que está roto, no,

la luz que sujeta al día:

lo que está roto es el tiempo

y en la sombra se desliza.

 

No es lo que está roto, no,

la sangre que te levanta:

lo que está roto es tu cuerpo

y en el sueño te derramas.

 

No es lo que está roto, no,

la caja del pensamiento:

lo que está roto es la idea

que la lleva a lo soberbio.

 

No es lo que está roto dios,

ni el campo que Él ha creado:

lo que está roto es el hombre

que no ve a Dios en su campo.

 

 

Dormido en la yerba.

Todos vienen a darme consejo.

Yo estoy dormido junto a un pozo.

 

Todos se acercan y me dicen:

- La vida se te va,

y tú te tiendes en la yerba,

bajo la luz más tenue del crepúsculo,

atento solamente

a mirar cómo nace

el temblor del lucero

o el pequeño rumor

del agua, entre los árboles.

 

Y tú te tiendes sobre la yerba:

cuando ya tus cabellos

comienzan a sentir

más cerca y fríos que nunca,

la caricia y el beso

de la mano constante

y sueño de la luna.

 

Y tú tiendes sobre la yerba:

cuando apenas si pudes

sentir en tu costado

el húmedo calor

del grano que germina

y el amargo crujir

de la rosa ya muerta.

 

Y tú te tiendes sobre la yerba:

cuando apenas si el viento

contiene su rigor,

al mirar en ruina

los muros de tu espalda,

y, el sol, ni se detiene

a levantar tu sangre del silencio.

 

Todos se acercan y me dicen:

- La vida se te va,

Tú, vienes de la orilla

donde crece el romero y la alhucema

entre la nieve y el jazmín, eternos,

y, es un mar todo espumas

lo que aquí te ha traído

por que nos hables...

Y tú te duermes sobre la yerba.

 

Todos se acercan para decirme:

- Tú duermes en la tierra

y tu corazón sangra

y sangra, gota a gota

ya sin dolor, encima de tu sueño,

como en lo más oculto

del jardín, en la noche,

ya sin olor, se muere la violeta.

Todos vienen a darme consejo,

Yo estoy dormido junto a un pozo.

 

Sólo, si algún amigo

se acerca, y, sin pregunta

me da un abrazo entre las sombras:

lo llevo hasta asomarnos

al borde, juntos, del abismo,

y, en sus profundas aguas,

ver llorar a la luna y su reflejo,

que más tarde ha de hundirse

como piedra de oro,

bajo el otoño frío de la muerte.

 

 

Me asomé

   Me asomé, lejos, a un abismo...

(Sobre el espejo que perdí he nacido.)

 

   Clavé mis manos en mis ojos...

(Manando estoy en mí desde mi rostro.)

 

   Tiré mi cuerpo, hueco, al aire...

(Abren su voz los ojos de mi sangre.)

 

   Se coaguló mi llanto en sombra...

(Carne es la luz y el nácar de mi boca.)

 

   Dentro de mí se hundió mi lengua...

(siembro en mi cielo el cuerpo de una estrella.)

 

   Se pudrió el tiempo en que habitaba...

(Brota en mi espejo un cielo de dos caras.)

 

   Huyó mi cuerpo por mi cuerpo...

(Bebo en el agua limpia de mi espejo.)

 

   ¡A mi existencia uno mi vida!

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