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VICENTE ALEIXANDRE




Nació en Sevilla en 1898. Su infancia transcurrió en Málaga, donde la presencia del mar iba a dejar honda huella en su poesía. En 1909 su familia, teniendo él 13 años, su familia se traslada a Madrid -allí vivirá desde entonces y allí escribirá la mayor parte de su obra, aunque algunos de sus libros deben mucho al paisaje de Miraflores de la Sierra, donde el poeta, desde su juventud, pasa todos los veranos-, estudió Comercio  y Derecho. Da clases en la Escuela de Comercio y trabaja en una compañía de ferrocarriles En 1925 tiene que dejar su actividad profesional debido a una tuberculosis renal.

Su amigo Dámaso Alonso, con el que coincidió durante un veraneo en Las Navas del Marqués en 1917, le acercó a Rubén Darío y, después, a otros poetas, aunque AIeixandre había leído antes novela y teatro.

Publica en 1926 sus primeros poemas en La Revista de Occidente; en 1927 se suma al homenaje rendido a Góngora.

En 1933 recibe el Premio Nacional de Literatura por La destrucción o el amor.

Durante la guerra sólo publicó en algunas revistas y periódicos de la zona republicana.

Permanece en España al terminar la guerra, considerándosele el maestro de las nuevas generaciones de poetas. En 1949 es elegido académico (el discurso de ingreso se tituló En la vida del poeta: el amor y la poesía). Por esta época viaja a Inglaterra, donde dará varias conferencias.

En 1969 le conceden el Premio de la Crítica por Poemas de la consumación.

En 1977 se le concede el Premio Nobel. Muere en Madrid en 1984.


Obra poética. 

La obra de Aleixandre está marcada por su constante examen del valor de la vida frente a la destrucción que imponen el tiempo y la muerte. De su producción hay que destacar: Ámbito, Espadas como labios, Pasión de la tierra, Sombra del Paraíso, Mundo a Solas, Poemas paradisíacos, Nacimiento último, Historia del corazón, Mis poemas mejores, Picasso, En un vasto dominio, Presencias, Retratos con nombre, Dos vidas, Poemas de la consumación, Poesía superrealista y Sonido de la guerra.

Aleixandre -escribe Bousoño- «hace de la solidaridad amorosa con el cosmos y el hombre el centro de su actividad literaria», La fórmula surrealista, de la cual parte -Espadas como labios, Pasión de la tierra- alcanza su plenitud en La destrucción o el amor. Con justicia, afirma Cernuda: «El superrealismo francés obtiene con Aleixandre en España lo que no obtuvo en su tierra de origen: un gran poeta.»

La destrucción o el amor (1935) es un canto total a la naturaleza, a su despliegue de fuerzas y al anhelo por llegar, a través del amor, quebrantando nuestra radical soledad, a la comunión pánica en el seno del universo. El sentido de este libro, doloroso y violento, se completa con el siguiente: Sombra del paraíso (1944), menos encrespado de forma, pero idéntico en sustancia. Fijémonos en el titulo: Aleixandre no canta el mundo «bien hecho» de Jorge Guillén, el paraíso terrenal en esta vida, ya que persiste en la visión panteísta de La destrucción o el amor, y no hay edén si antes no se consuma nuestra aniquilación. Canta la nostalgia de un rei­no paradisíaco que lo mismo puede ser posterior a la muerte que anterior al nacimiento del hombre: «¡ Humano: nunca nazcas!» Este verso traduce el pesimismo de Aleixandre, que no cree en ninguna «bondad natural» del hombre. Los seres representativos de este poeta son los animales, como símbolos de vida próxima a la naturaleza, como encarnaciones de su poderío. De ahí la copiosa fauna que aparece en los dos libros de que tratamos. Ambos muestran una apretada estructura, una sistemática concepción del mundo.

Historia del corazón (1945) señala un cambio de perspectiva en el autor, que evoluciona sin romper con su precedente postura. Ahora la atención del poeta se centra en el hombre, no ya como individuo aislado, sino como miembro de lo comunal, como elemento solidario «en un vasto dominio», según reza el título de su libro siguiente y la significativa cita de Goethe que lo enca­beza: « Sólo todos los hombres viven lo humano.» A través del nuevo enfoque reconocemos al mismo poeta de siempre, su coherencia de pensamiento.

Aleixandre es un maestro del verso libre, forma que maneja con pujante originalidad en La destrucción o el amor, y que eleva a una belleza «clásica» desde Sombra del paraíso.

Esta poesía se nos ofrece, así, como un gran panorama de cerrada perfección. Centrada primero en el cosmos y más tarde en el hombre, nos proyecta sobre la doble aventura de la existencia: el gran misterio universal y el pequeño gran misterio del corazón humano; recorre el macrocosmos y el microcosmos, lo exterior y lo íntimo; es poesía metafísica y poesía ética. Ningún poeta ha ejercido más influencia que Aleixandre en la generación posterior a 1939.

 Con Aleixandre ocurre lo mismo que con Gerardo Diego: no siempre sus libros se publicaron tras ser escritos, sino que, a veces, pasaron años sin ser editados. Toda la poesía de Aleixandre presenta una gran unidad, si bien le afectan los distintos cambios vitales y estéticos que sufre a lo largo de su dilatada vida.  

En Aleixandre, para quien la poesía es, ante todo, comunicación, podemos distinguir tres etapas:



Primera Etapa. 

La dedicación de Aleixandre a la poesía fue tardía y su deslumbrada iniciación se debió a la lectura de Rubén Darío. Espadas como labios es su segundo libro de poesía y se publicó cuando su  autor tenía ya treinta y cuatro años. La revista de Occidente había presentado los primeros poemas de Aleixandre en 1928; su primer libro Ámbito, fue incluido por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados en la colección de la revista Litoral, órgano fundamental en la cristalización de la Generación del 27. 

Bousoño dice que la unidad de su obra se asienta sobre un tema que le obsesiona. que define como “la solidaridad amorosa del poeta, del hombre con todo lo creado”:

En la primera etapa, la solidaridad con respecto al cosmos le conduce no sólo a un panteísmo en el que el autor es la sustancia unificadora, sino también a una correlativa elementalización del hombre, pues, en virtud del amor, éste se ha hecho uno con lo amado, la naturaleza. Se ha tornado en montaña, piedra, astro.

(Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre. Madrid, Gredos, 1968).

En una carta escrita a Dámaso Alonso en 1940, Aleixandre dice:

Tú que me conoces bien, sabes que soy el poeta o uno de los poetas en quienes más influye la vida. Siento en mi... un amor del mundo, que a mí, hombre en reposo, me hace sufrir o me exalta. Tengo una visión unitaria de la vida, combatido yo en una doble corriente. De un lado, un egocentrismo que me hace traer a mí el mundo exterior y asimilármelo; y de otro, un poder de, destrucción en mí, en un acto de amor por el mundo creado, ante el que me aniquilo.  

   En esta primera etapa, denominada por Lázaro Carreter como pesimista, el hombre se nos presenta como simple imperfección, dolor y angustia. Es un ser vulnerable cuya máxima aspiración es volver a la tierra para fundirse con la naturaleza.  

    El primer libro que publica es Ámbito, con poesías de los años 1924 a 1927. En este libro aparecen ya las temáticas habituales pero todavía sin desarrollarse.  El libro ha sido considerado, incluso inicialmente por el propio autor, como algo desligado del conjunto de su producción de la primera etapa, probablemente porque cuando apareció, Aleixandre iba por otros derroteros poéticos buscando una lírica de exposición poética personal. Sin embargo, el libro, vinculado con la lírica tradicional que entonces dominaba, presenta ya los elementos característicos de esta etapa, como el vitalismo naturalista y el repudio de la represión de la sociedad sobre la realización del hombre en el terreno de lo instintivo. Ambito es todavía un libro tradicional, lleno de lujos gongorinos. 

   Después, Aleixandre busca su camino personal partiendo de un neorromanticismo cálido y apasionado, de expresión nueva y de gran poder imaginativo, dentro de una corriente irracionalista que rompe con la estructura tradicional de Ámbito, y se acerca a las fórmulas surrealistas visibles Pasión de la Tierra y Espadas como labios. El mundo poético de Aleixandre senos revela a partir de esos libros, como un mundo de pasión cósmica que no tardará en fundirse con la pasión humana, y mostrará siemrpe una honda solidadridad con la naturaleza y con el hombre.

Es en Pasión de la tierra, que publica en 1935, aunque lo escribe entre 1928 y 1929, compuesto por poemas en prosa, donde aparece el deseo del poeta de fundirse con la naturaleza. Por ello, defiende lo auténtico y lo espontáneo y arremete contra las trabas sociales que impiden conseguirlo. Es de difícil comprensión debido al irracionalismo que le embarga, aunque no se puede hablar de escritura automática. Es un libro radicalmente surrealista.  Los poemas de Pasión de la Tierra  dan cauce al surrealismo, concebido éste como una visión nueva, "revolucionaria" de las fuerzas conscientes e inconscientes que se hallan en el corazón del hombre, de lo que se mueve debajo de las palabras, de los impulsos casi orgánicos que las animan, de las profundas conexiones que dan fundamento a las imágenes más sorprendentes. Aleixandre acababa de leer a Freud, a Rimbaud, a Lautréamont (sin duda el antecedente por excelencia del surrealismo). Sin embargo, la lectura de los verdaderos artífices del surrealismo (Breton, Eluard, Aragon) fue contemporánea, si no posterior, a la escritura de Pasión de la tierra. Pero ya hay aquí una visión cósmica, que muy pronto se fundirá con la pasión humana, atravesando la obra del poeta en una búsqueda de los elementos de la naturaleza y de la vida que no se ajusta exactamente a los postulados de la vanguardia.

  Espadas como labios, publicado en 1932, y La destrucción o el amor, de 1934, presentan un surrealismo más crítico e irónico. Dámaso Alonso apuntó que el primero de estos dos libros suponía el nacimiento de un movimiento neorromántico en nuestra poesía. Por su parte, Cano (1972), alude a este libro como el que contiene todos los rasgos de lo que será la poesía de Aleixandre en esta etapa, rasgos que, formalmente, sintetiza en: 

-   Uso de la conjunción o no con valor disyuntivo, sino identificativo;

-   uso de la negación son su triple valor de negación de lo real, negación de lo irreal, negación cuasi afirmativa;

-   anáfora;

-   imágenes visionarias. 

   Temáticamente, aparece el tema capital de esta poesía: la relación hombre-naturaleza, la difusión cósmica del poeta con la realidad.

De Espadas como labios, escribió Dámaso Alonso que sus poemas no tienen "sentido común", sino sólo "sentido poético". Algunos de los que componen el libro habían aparecido ya en la famosa antología de Gerardo diego (Poesía española, 1915-1931). Son verdad siempre, Acaba, Poema de amor, El vals, Desierto, En el fondo del pozo. Hasta entrados los años sesenta, la poética de Espadas como labios resultó oscura y no gozó de particular favor entre los discípulos y críticos de Aleixandre. En sus Memoria, Carlos Barral recuerda que cuando expresó abiertamente a Aleixandre su admiración por este libro, los amigos y contemporáneos de aquel no lo comprendieron. De la filiación surrealista de Espadas como labios se han hecho tantas delimitaciones y aclaraciones que es necesario señalar que la influencia del surrealismo francés tiene más bien la característica de un tono, una inspiración que apela a la libertad de creación más que a los postulados estrictos de dicha vanguardia (la supremacía de lo onírico o la escritura automática). Podría decirse que la inspiración es irracionalista, casi neorromántica, y el principio fundador de las figuras es la intuición, el lirismo traspasado por un prisma individual. Otro elemento temático de importancia en este libro es el vitalismo, la concepción de que la voz de la poesía está cerca de las fuerzas telúricas, de las energías de la naturaleza.

   En Espadas como labios existe un predominio absoluto del verso libre. Sólo hay dos poemas (X y Siempre) en endecasílabos y únicamente en algún caso se respeta la regularidad de una sima (en Salón). La alternancia de poemas breves y extensos que Dámaso Alonso señala en este libro es una constante en la obra de Aleixandre. En las composiciones cortas se puede registrar cierta continuidad en el ritmo marcado por un predominio de versos de once sílabas. Los poemas largos se explayan, se extienden, tienen un aliento más desordenado, más amplio, aparentemente con menos freno que los primeros. La exaltación abunda, llena de matices, en Espadas como Labios. Predomina, sin embargo, la fuerza erótica, continuación del torbellino de las voces de la tierra. Carlos Bousoño, en su trabajo sobre el poeta, ha enumerado los rasgos más salientes de su producción: el empleo de la conjunción o como valor sumatorio o identificatorio en lugar de disyuntivo, la presencia de la negación de triple valor, el uso de anáforas, la gran sensación de movimiento derivada de la presencia de verbos principales más que subordinados, la antropomorfización de los elementos de la naturaleza o inanimados y su inversa, la movilidad de las imágenes como si se tratara de una gran sumatoria de lo existente. Aleixandre es un poeta volcado a la vida aun en sus visiones de la muerte.

El libro cumbre es La destrucción o el amor,  (1935), dicho de otra forma, la destrucción que conlleva el amor; para él la esencia amorosa se da cuando el amante se destruye para vivir en el ser amado; se produce una fusión, que le lleva a identificarse con todo lo creado. Aquí nos encontramos con la exaltación de todo lo desnudo y natural, del amor como pasión telúrica y el sentido destructor de su realización, la muerte como vida, elementos todos que no son más que variaciones sobre el gran tema de esta etapa: la vuelta a la naturaleza. Como señala Bousoño, estamos ante el amor-pasión, amor total en sí mismo y, por tanto, un amor que al mismo tiempo es destrucción: cada uno de los amantes quiere ser el otro. En definitiva, el amor permite el acercamiento hacia lo absoluto, hacia la naturaleza unitaria. Es un libro de pasión cósmica, en que el amor está sentido como una fuerza fatal e inexorable, que absorbe las últimas raíces del ser. La o del título del libro tiene aquí una significación no disyuntiva, sino identificativa: el amor es la destrucción. La llama amorosa incendia el ser de los amantes y lo destruye. Dámaso Alonso ha creído ver un antecedente de esta concepción en el amor de los místicos hacia Dios, que se refleja en los poemas de San Juan o de Santa Teresa. Sólo que el misticismo de Aleixandre es un misticismo panteísta. La fusión amorosa que el poeta canta no es de las almas, sino de los cuerpos.

   Esta obra le valió a Aleixandre la concesión del Premio Nacional de Literatura de la mano de un jurado compuesto por Manuel Machado, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, representa un paso decisivo en su producción poética.

   Lo temas y su expresión adquieren perfiles más concretos y comunicables, y el pensamiento central del poeta llega a su total plenitud y pujanza. en los dos mejores estudios críticos aparecidos sobre el libro, uno de Dámaso Alonso y otro de Pedro Salinas, ambos coinciden en calificar la poesía de La destrucción o el amor una poesía de raíz profundamente romántica, repleta de apasionadas invocaciones a la fusión amorosa del mundo -los seres y la naturaleza- e invadida de un fragor verbal que se alimenta en una corriente de emotiva subjetividad, de sensaciones vitales transformadas en canto impetuoso e inagotable.

   Aparece, por último un tercer y definitivo elemento, el mismo que da título al libro: la concepción del amor como forma esencial de la muerte, de la última y definitiva posesión amorosa. Una singular concepción idéntica a la de otro gran poeta romántico: Leopardi. a través de la identificación con todo lo creado, con todos los seres que pueblan el mundo y con la naturaleza, llega Aleixandre a la más profunda raíz del amor, la destrucción del amante en la llama de la pasión, Y ese amor humano es para el poeta la única imagen posible del amor total y definitivo, que se da sólo en la integración y fusión con la tierra en el momento de la muerte.

       Mundo a solas: publicado tardíamente, en 1950, pero con poesía de 1934-36, es un libro de transición. Su titulo inicial era Destino del hombre: es un libro pesimista (“no existe el hombre”) y en su confrontación con la naturaleza, los dolores y angustias, la respuesta que encuentra es “nadie” . Podemos decir que el libro supone una quiebra en el itinerario poético ascendente en la evolución poética del autor en la medida en que hay un regreso  pesimista y desolado a la contemplación del hombre degradado y enajenado.

       Sombra del Paraíso: esta obra fundamental se publica en 1944; es un libro pesimista y triste, donde el hombre añora melancólicamente el paraíso perdido, desde la tierra de exilio y su soledad. De alguna forma, es la renuncia del hombre a encontrar ese paraíso perfecto donde la imperfección, el dolor y la muerte quedan fuera. Como anota Bousoño, este libro influyó en los jóvenes poetas, situando a Aleixandre como guía y maestro. En esta obra se mantiene el sentimiento panteísta amoroso de la naturaleza, pero en un tono más sereno y reposado, y también más pesimista. Es un libro en que se evoca nostálgicamente un mundo paradisíaco, virginal -la primera aurora del mundo-, del que el poeta se siente desterrado. O, quizá, según otra interpretación, se trata de una sublimación del deseo del poeta de vivir una existencia pura y elemental, en reacción contra la vida artificial y limitada de la ciudad, y acaso también contra la fealdad y crueldad de la reciente guerra civil. En Sombras del paraíso, como en La destrucción o el amor, abundan las imágenes visionarias, telúricas y cósmicas, de solidaridad ardiente con el mundo animal, mineral y vegetal. Pero el estilo se hace más claro y transparente en Sombra del paraíso, donde no encontramos ya las huellas surrealistas de los libros anteriores. Algunos poemas de este libro como Ciudad del paraíso y Mar del paraíso, evocan a la Málaga de su infancia.

       Nacimiento último: con poemas de 1927 a 1952, se publica en 1953, siendo el último de este periodo; los muertos, que se han convertido en tierra, viven la vida que ha surgido de esa tierra con nuevas formas de seres y árboles diferentes. Lo más destacable del libro son los "Cinco poemas paradisíacos" relacionados con el libro anterior.

   En esta primera etapa ha creado Aleixandre un poderoso mundo poético, en que las fuerzas cósmicas y telúricas -la tierra, el mar, el sol, el fuego, la selva...- se sienten como arrebatadas por un fuerte impulso del mundo. También los animales, y el hombre elemental -no el de la ciudad, sino  el de los campo y las selvas- participan de ese común impulso amoroso. El protagonista es este periodo es el Cosmos, la Creación, la Naturaleza, y el hombre no es sino una más de las fuerzas elementales que la Naturaleza despliega e impulsa en su afán en su afán amoroso unificador.

Segunda Etapa.

Aleixandre deja la Naturaleza, que pasa a un segundo término, porque lo primero es el hombre. Abandona el surrealismo e intenta una mayor comunicación con los hombres. La gran diferencia entre ambas etapas está en el cambio de protagonista. Mientras que en la primera el protagonista es el mundo, la creación como fuerza amorosa, en la que el hombre es un elemento más, ahora como anota Cano, es el hombre el protagonista, el vivir del hombre desde la conciencia de que la vida es tiempo y circunstancia. Frente a una poesía ahistórica e intemporal, ahora irrumpe el acontecer humano, las vicisitudes de una existencia concreta. Es decir, hay un proceso de rehumanización. A partir de Historia del corazón, el tema central de la poesía de Aleixandre va a ser el vivir humano, la solidaridad con la existencia, con el esfuerzo y la ventura del hombre: en suma, la vida total en su dimensión temporal e histórica. La Naturaleza deja de ser protagonista, y se retira al fondo de la escena, volviendo a su viejo papel de paisaje, dejando al hombre que se adelante a un primer plano y ocupe el papel de protagonista del poema.

       Historia del corazón: publicado en 1954, muestra la solidaridad del poeta con las personas que trabajan, sueñan o aman, evocando amores vividos y sufridos. Hay un acercamiento al drama que supone vivir, pero es un libro más esperanzado que los anteriores. El tema central es el vivir del hombre en su transitoriedad. Esto no implica que se abandone la voluntad fusionadora, lo que ocurre es que ahora, en vez de tratarse de una comunión en el cosmos, se trata de una comunión en el humana, una fraternidad que hallará su plasmación en la realización del amor, visto ahora no como fuerza congregadora. El libro supone el centrar la atención sobre el hombre, pero no como individuo aislado, sino como miembro de una colectividad, como ser solidario. en esta obra, el mundo visionario de la etapa anterior desaparece, y deja paso a la consideración de la vida humana en su dimensión temporal, como esfuerzo y como drama. buena parte del libro es, de acuerdo con su título, la historia de una pasión amorosa en su transcurrir cotidiano, en su circunstancia, que puede ser alegre o dolorosa. La poesía se hace así temporalista, como quería Machado; no es ya puro subjetivismo irracionalista, sino relato poético de un vivir amoroso y también del vivir colectivo de un pueblo. Pues en Historia del corazón se insinúa un tema que va  a dominar en el libro siguiente, En un vasto dominio: la solidaridad con los demás, con el destino de un pueblo.

      En un vasto dominio: publicado en 1962, continúa la línea anterior. En sus poemas se muestra solidario no sólo con los hombres de su época sino también con los de otros periodos históricos. Se profundiza en la relación hombre-mundo, hasta el punto de utilizar técnicas cinematográficas como son el ir apareciendo primero planos de la persona par acentuar la objetividad. La mirada del poeta ya no se vierte hacia su intimidad amorosa o nostálgica, sino que se desplaza hacia la realidad en torno. El poeta ya no es protagonista y sujeto activo de cada poema, sino pintor penetrante de una realidad temporal, que es la materia humana e histórica, evocada no en su presencia estática, sino en su palpitante vida fluyente. La técnica visionaria del primer ciclo de Aleixandre es ahora sustituida por un técnica narrativa-descriptiva, que ilumina y vivifica todo aquello que el poeta quiere transmitir al lector: un paisaje, la figura de un campesino, una vieja casa madrileña, un cuadro de Velázquez, un pueblo castellano: Miraflores de la Sierra. Materiales muy varios, pues -vida, historia, arte- componen ese "vasto dominio" que es la existencia, contemplada con una mirada abarcadora e integradora, del vivir individual y colectivo. Culmina así un proceso de objetivación de la realidad, y al mismo tiempo de clarificación del estilo, iniciado en Sombra del Paraíso. Proceso que se continúa en el libro siguiente de Aleixandre, Retratos con nombre.

Retratos con nombre, es un libro de menor altura que los anteriores, publicado en Barcelona en 1965 aunque se va elaborando desde 1958. El poeta se centra ahora en individuos que con su retrato y su nombre componen esa fusión de la que venimos hablando. Está compuesto de treinta y siete poemas que son otros tantos retratos de amigos, personajes o figuras anónimas, incluyendo su propio autorretraro -el poema "Cumpleaños"-, en que resume, esencialmente, la larga historia de su vivir.

 
Tercera Etapa.

      Poemas de la consumación: Publicado en Barcelona en 1968, supone una fusión consigo mismo. Aparece en el mundo poético de Aleixandre un nuevo elemento: la vejez. Este elemento está visto con tonos sombríos; la edad margina y convierte a los seres en una caricatura grotesca.  Desde su vejez irreversible, el poeta descubre que “vivir es ser joven y no más”.  La idea fundamental que se expresa es que la evolución de la ente y la del cuerpo son irreconciliables: el hombre alcanza la sabiduría con la edad, pero la vejez es incompatible con la vitalidad, de ahí que la sabiduría se oponga a la vida. Esto hace que las dos palabras eje del libro sean conocer y saber. Conocer implica una constante actividad, mientras que saber supone la vejez. El poeta abre una nueva y sorprendente etapa. El libro constituye una meditación sobre la existencia desde la altitud de la edad, una visión del mundo desde la vejez. El poeta arroja una honda mirada, desde esa última morada de la vida que es la ancianidad, a los sueños, seres, fantasmas e iluminaciones que han poblado su ya larga existencia. La poesía es ahora un monólogo solitario, un melancólico repasar su vida y sus sueños. La marginación de la vejez se contrasta con el resplandor de la juventud recordada, juventud que se identifica con la vida, pues ser viejo no es vivir, según la concepción pesimista de Poemas de la consumación, sin duda el libro más trágico y desolado de Aleixandre, que se convierte en una confesión lúcida hecha desde una conciencia abrumadora del fin de la vida, de que no hay ninguna esperanza tras ella, y que sólo la juventud merece ser cantada.

      Diálogos del conocimiento: Publicado en 1974; en él diversos personajes hablan sobre a vida y el mundo sin que el poeta tome postura; la perspectiva que ofrecen los personajes equivale a la multiplicidad del universo. Todo ello dentro de una temática similar a la del libro anterior. Es un libro de técnica distinta y de una complejidad mayor. Se trata de una indagación profunda sobre la realidad del mundo y de la vida, desde una visión contrastada que intenta penetrar en esa realidad por todos sus poros y desde ángulos distintos y aun opuestos. Utilizando la técnica del poema dialogado, los personajes del poema cruzan sus pensamientos, creando una atmósfera misteriosa en que la palabra parece perseguir un conocimiento a través de lo que el mismo Aleixandre ha llamado visión perspectivista del mundo, cuya pluralidad exige también diversidad de visiones, que reflejan y contrastan los diferentes perfiles y actitudes del ser humano a lo largo de las edades. En esta obra, Aleixandre crea visiones arquetípicas de un mundo lleno de conflictivos impulsos de creación y destrucción. 




Sus obras poéticas -primeras ediciones- son las siguientes:

Ámbito (1928)

Espadas como labios (1932)

Pasión de la tierra (1935)

La destrucción o el amor (1935)

Sombra del paraíso (1944)

Mundo a solas (1950)

Poemas paradisíacos (1952)

Nacimiento último (1953)

Historia del corazón (1954)

Mis poemas mejores (1956)

Poemas amorosos, antología (1956)

Poesías completas (1960)

 
 Picasso (1961)

En un vasto dominio (1962)

Presencias (1965)

Retratos con nombre (1965)

Dos vidas (1968)

Obras completas, poesía y prosa (1968)

Poemas de la consumación (1968)

Antología del mar y la noche (selección y prólogo de J. Lostalé) (1971)

Poesía superrealista (1971)

Sonido de la guerra (1971)

 
 

Como prosista Aleixandre ha publicado un excelente libro de semblanzas, Los encuentros (1958), que se publica en 1958, reeditado en 1985 por José Luis Cano, amigo y crítico de Aleixandre, son semblanzas de colegas y amigos, también escrito en prosa, y dos ensayos: El amor y la poesía (1950) y Algunos caracteres de la nueva poesía española (1955).

Se han publicado varias antologías de su obra: Poemas paradisíacos de 1952; Mis mejores poesías de 1956, con una edición en Gredos de 1984 y Poesía superrealista de 1973.


POEMAS DE VICENTE ALEIXANDRE


Niñez

   Giro redondo, gayo,

vertiginoso, suelto,

sobre la arena. Excusas

entre los tiernos fresnos.

 

   Sombras. La piel, despierta.

Ojos -sin mar- risueños.

Verdes sobre la risa.

Frente a la noche, negros.

 

   Iris de voluntades.

Palpitación. bosquejo.

Por entre lonas falsas

una verdad y un sueño.

 

   Fuga por galería,

sin esperar. Diverso

todo el paisaje. sumo,

claro techando, el cielo.

          

     Toro.

      Esa mentira o casta.

Aquí, mastines, pronto; paloma, vuela; salta, toro,

toro de luna o miel que no despega.

Aquí, pronto; escapad, escapad; sólo quiero,

sólo quiero los bordes de la lucha.

 

   Oh tú, toro hermosísimo, piel sorprendida,

ciega suavidad como un mar hacia adentro,

quietud, caricia, toro de cien poderes,

frente a un bosque parado de espanto al borde.

 

   Toro o mundo que no,

que no muge. silencio;

vastedad de esta hora. Cuerno o cielo ostentoso,

toro negro que aguanta caricia, seda, mano.

 

   Ternura delicada sobre una piel de mar,

mar brillante y caliente, anca pujante y dulce,

abandono asombroso del bulto que deshace

sus fuerzas casi cósmicas como leche de estrellas.

 

Mano inmensa que cubre celeste toro en tierra.

            

Unidad en ella

   Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

   Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.

   Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

   Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

   Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

   Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

              

   Soy el destino.

Sí, te he querido como nunca.

 

   ¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima,

si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,

cerrar los ojos a lo oscuro presente

para abrirlos a los radiantes limites de un cuerpo?

 

Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco

   a poco sube como un agua,

renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas

   ofrecen,

pelada roca donde se refleja mi frente

cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.

 

No quiero asomarme a los ríos donde los peces colo-

   rados con el rubor de vivir,

embisten a las orillas límites de su anhelo,

ríos de los que unas voces inefables se alzan,

signos que no comprendo echado entre los juncos.

 

No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra

   dolorosa, esa arena mordida,

esa seguridad de vivir con que la carne comulga

cuando comprende que el mundo y este cuerpo

ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.

 

No quiero, no, clamar, alzar la lengua,

proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,

que quiebra los cristales de esos inmensos cielos

tras los que nadie escucha el rumor de la vida.

 

Quiero vivir, vivir como la yerba dura,

como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,

como el futuro de un niño que todavía no nace,

como el contacto de los amantes cuando la luna los

ignora.

 

Soy la música que bajo tantos cabellos

hace el mundo en su vuelo misterioso,

pájaro de inocencia que con sangre en las alas

va a morir en un pecho oprimido.

 

Soy el destino que convoca a todos los que aman,

mar único al que vendrán todos los radios amantes

que buscan su centro, rizados por el círculo

que gira como la rosa rumorosa y total.

 

Soy el caballo que enciende su crin 
contra el pelado
viento,

la gacela que teme al río indiferente,

el avasallador tigre que despuebla la selva,

el diminuto escarabajo que también brilla en el día.

 

Nadie puede ignorar la presencia del que vive,

del que en pie en medio de las flechas gritadas,

muestra su pecho transparente que no impide mirar,

que nunca será cristal a pesar de su claridad,

porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre.

           

    Las águilas.

El mundo encierra la verdad de la vida,

aunque la sangre mienta melancólicamente

cuando como mar sereno en la tarde

siente arriba el batir de las águilas libres.

 

Las plumas de metal,

las garras poderosas,

ese afán del amor o la muerte,

ese deseo de beber en los ojos con un pico de hierro,

de poder al fin besar lo exterior de la tierra,

vuela como el deseo,

como las nubes que a nada se oponen,

como el azul radiante, corazón ya de afuera

en que la libertad se ha abierto para el mundo.

Las águilas serenas

no serán nunca esquifes,

no serán sueño o pájaro,

no serán caja donde olvidar lo triste,

donde tener guardado esmeraldas u ópalos.

El sol que cuaja en las pupilas,

que a las pupilas mira libremente,

es ave inmarcesible, vencedor de los pechos

donde hundir su furor contra un cuerpo amarrado.

 

Las violentas alas

que azotan rostros como eclipses,

que parten venas de zafiro muerto,

que seccionan la sangre coagulada,

rompen el viento en mil pedazos,

mármol o espacio impenetrable

donde una mano muerta detenida

es el claror que en la noche fulgura.

 

Águilas como abismos,

como montes altísimos

derriban majestades, troncos polvorientos,

esa verde hiedra que en los muslos

finge la lengua vegetal casi viva.

 

Se aproxima el momento en que la dicha consista

en desvestir de piel a los cuerpos humanos,

en que el celeste ojo victorioso

vea sólo a la tierra como sangre que gira.

 

Águilas de metal sonorísimo,

arpas furiosas con su voz casi humana,

cantan la ira de amar los corazones,

amarlos con las garras estrujando su muerte.

            

     

         Ya no es posible.

No digas tu nombre emitiendo tu música

como una yerta lumbre que se derrama,

como esa luna que en invierno reparte

su polvo pensativo sobre el hueso.

 

Deja que la noche estruje la ausencia de la carne,

la postrera desnudez que alguien pide;

deja que la luna ruede por las piedras del cielo

como un brazo ya muerto sin una rosa encendida.

 

Alguna luz ha tiempo olía a flores.

Pero no huele a nada.

No digáis que la muerte huele a nada,

que la ausencia del amor huele a nada,

que la ausencia del aire, de la sombra huelen a nada.

 

La luna desalojaba entonces, allá, remotamente, hace mucho,

desalojaba sombras e inundaba de fulgurantes rosas

esa región donde un seno latía.

 

Pero la luna es un hueso pelado sin acento.

No es una voz, no es un grito celeste.

Es su dura oquedad, pared donde sonaban,

muros donde el rumor de los besos rompía.

 

Un hueso todavía por un cielo de piedra

quiere rodar, quiere vencer su quietud extinguida.

Quiere empuñar aún una rosa de fuego

y acercarla a unos labios de carne que la abrasen.

         

        Criaturas en la Aurora

Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.

 

Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana

el último, el pálido eco de la postrer estrella.

Bebisteis ese cristalino fulgor,

que como una mano purísima

dice adiós a los hombres detrás de la fantástica pre-

  ­sencia montañosa.

Bajo el azul naciente,

entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,

que vencían a fuerza de candor a la noche,

amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi

húmeda

se desgarraba virginalmente para amaros,

desnuda, pura, inviolada.

 

Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,

donde la yerba apacible ha recibido eternamente el

   beso instantáneo de la luna.

Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estreme­cido

que se tiende inefable más allá dc su misma apariencia.

 

La música de los ríos, la quietud dc las alas,

esas plumas que todavía con el recuerdo del día se

   plegaron para el amor, como para el sueño,

entonaban su quietísimo éxtasis

bajo el mágico soplo de la luz,

luna ferviente que aparecida en el cielo

parece ignorar su efímero destino transparente.

 

La melancólica inclinación de los montes

no significaba el arrepentimiento terreno

ante la inevitable mutación de las horas:

era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo

que ofrecía su curva como un seno hechizado.

 

 

Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,

la luz, el calor, el sondear lentísimo

de los rayos celestes que adivinaban las formas,

que palpaban tiernamente las laderas, los valles,

los ríos con su ya casi brillante espada solar,

acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez tan íntima.

la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.

 

Allí nacían cada mañana los pájaros,

sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.

Las lenguas de la inocencia

no decían palabras:

entre las ramas de los altos álamos blancos

sonaban casi también vegetales, como el soplo en las frondas.

¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían

estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!

 

Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del soto,

eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.

Yo os vi, os presentí cuando el perfume invisible

besaba vuestros pies, insensibles al beso.

 

¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas

brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.

Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos

dorados, recientes, de la vida, del sol, del amor, del silencio bellísimo.

 

No había lluvia, pero unos dulces brazos

parecían presidir a los aires,

y vuestros cuellos sentían su hechicera presencia,

mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba magia de plumas.

 

No, no es ahora cuando la noche va cayendo,

también con la misma dulzura pero con un levísimo vapor de ceniza,

cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.

Lejos están las inmarchitas horas matinales,

imagen feliz de la aurora impaciente,

tierno nacimiento de la dicha en los labios,

en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.

 

El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,

ni el turbio espesor de los bosques hendidos,

sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas

donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.

 

Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales

de un mundo virginal que diariamente se repetía

cuando la vida sonaba en las gargantas felices

de las aves, los ríos, los aires y los hombres.

 

 

Los besos

Sólo eres tú, continua,

graciosa, quien se entrega

quien hoy me llama. Toma,

toma el calor, la dicha,

la cerrazón de bocas

selladas. Dulcemente

vivimos. Muere, ríndete.

Sólo los besos reinan:

sol tibio y amarillo,

riente, delicado,

que aquí muere, en las bocas

felices, entre nubes

rompientes, entre azules

dichosos, donde brillan

los besos, las delicias

de la tarde, la cima

de este poniente loco,

quietísimo, que vibra

y muere. —Muere, sorbe

la vida. —Besa. —Beso.

¡Oh mundo así dorado!

           

    Amantes enterrados

Aún tengo aquí mis labios sobre los tuyos. 

Muerta,
acabada, ¡acábate!

¡Oh libertad! Aquí oscuramente apretados,

bajo la tierra, revueltos con las densas raíces,

vivimos, sobevivimos, muertos, ahogados, nunca libres.

Siempre atados de amor, sin amor, muertos,

respirando ese barro cansado, ciegos, torpes,

prolongamos nuestra existencia, hechos ya tierra extinta,

confusa tierra pesada, mientras arriba libres

cantan su matinal libertad vivas hojas,

transcurridoras nubes

y un viento claro que otros labios besa

de los desnudos, puros, exentos amadores.

                

   Mano entregada.

Pero otro día toco su mano. Mano tibia.

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

 

   Es por la piel secreta, secretamente abierta, 

invisible
mente entreabierta,

por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;

por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,

para rodar por ellas en tu escondida sangre,

como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara

por dentro, recorriendo despacio como sonido puro

ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,

oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo,

oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.

 

   Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa

mi amor —el nunca incandescente hueso del hombre—.

Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,

mientras tu carne entera llega un instante lúcido

en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,

de tu porosa mano suavísima que gime,

tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

             

        En la plaza

   Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vi­-

vificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

 

   No es bueno

quedarse en la orilla

como el malecón o como el molusco que quiere calcá-

   reamente imitar a la roca.

Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha

de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran cora-

   zón de los hombres palpita extendido.

 

   Como ése que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y per-

  derse.

La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto

   corazón afluido.

Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, 

con temeroso denuedo,

con sienciosa humildad, allí él también transcurría.

 

   Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

 

   Y era el serpear que se movía

como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,

pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

 

   Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y

     puede reconocerse.

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quisieras algo preguntar a tu imagen,

 no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

 

   Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con

      mucho amor y recelo al agua,

introduce primero sus pies es la espuma,

y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se  decide.

Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.

Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos

   y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,

y avanza y levanta espumas, y salta y confía,

y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

 

   Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en  la plaza.

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tu mismo.

¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir.

para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

 

 

 

         Óleo («Niño de Vallecas»)

 

 A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.

Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmóvil rompe el aire.

y asoma súbito a este frente: aquí es asombro,

Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:

   mirado, salvo.

Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme masa,

y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso

   trazó lenta la frente,

la inerte frente que sería y no fuese,

no era. La hizo despacio como quien traza un mundo

a oscuras, sin iluminación posible,

piedra en espacios que nació sin vida

para rodar externamente yerta.

 

Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo,

aquí lo puso como materia, y dándole

su calidad con tanto amor que más verdad sería:

sería más luces, y luz daba esa piedra.

La frente muerta dulcemente brilla,

casi riela en la penumbra, y vive.

Y enorme vela sobre unos ojos mudos,

horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos sin lágrima.

 

La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no  mira,

pues nada ve. La boca está entreabierta;

sólo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen,

mientras la cara grande muerta, ofrécese.

 

   La mano aquí lo pintó, o acarició

y más: lo respetó, existiendo.

Pues era. Y la mano apenas lo resumió exaltando

su dimensión veraz. Más templó el aire,

lo hizo más verdadero en su oquedad posible

para el ser, como una onda que límites se impone

y dobla suavemente en sus orillas.

 

   Si le miráis le veréis hoy ardiendo

como en húmeda luz, todo él envuelto

en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido,

pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo.

Miradle, sí: salvadle. El fía en el hombre.

       

   El poeta se acuerda de su vida

«Vivir, dormir, morir: soñar acaso» 
  «Hamlet»

Perdonadme: he dormido.

Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.

Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.

¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.

Bellas son al sonar, mas nunca duran.

Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora,

o cuando el día cumplido estira el rayo

final, y da en tu rostro acaso.

Con un pincel de luz cierra tus ojos.

Duerme.

La noche es larga, pero ya ha pasado.

 

        

           Mirada final (Muerte y reconocimiento)

" La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede reconocerse.
Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no es, y ve aparecer sus miembros,
y se palpa: «Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo, y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge,
no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos y el cielo destella
con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado toda la vida como un instante, me miro.
Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? ¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte,
recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?

No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma, hubiera al fin de expulsar.
No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible
y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo mira,
contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar. "

 

Es el más pequeño.

Es el más pequeño de todos, el último.
Pero no le digáis nada; dejadle que juegue.
Es más chico que los demás, y es un niño callado.
Al balón apenas si puede darle con su bota pequeña.
Juega un rato y luego pronto le olvidan.
Todos pasan gritando, sofocados, enormes,
y casi nunca le ven. Él golpea una vez,
y después de mucho rato otra vez,
y los otros se afanan, brincan, lucen, vocean.
La masa inmensa de los muchachos, agolpada, rojiza.
Y pálidamente el niño chico los mira
y mete diminuto su pie pequeño,
y al balón no lo toca.
Y se retira. Y los ve. Son jadeantes,
son desprendidos quizá de arriba, de una montaña,
son quizá un montón de roquedos que llegó ruidosísimo
de allá, de la cumbre.

Y desde el quieto valle, desde el margen del río,
el niño chico no los contempla.
Ve la montaña lejana. Los picachos, el cántico de los
vientos.
Y cierra los ojos, y oye
el enorme resonar de sus propios pasos gigantes por las
rocas bravías.

 

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