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Surge en esta época una de las generaciones poéticas más brillantes de toda la historia de nuestra poesía. Es la formada por Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados, y Manuel Altolaguirre. Todos ellos nacen entre 1892 y 1906, logrando su plena madurez y prestigio en los años de la Segunda República Española (1931-1936). La Generación fue llamada de 1927 por haber celebrado este año, con fervoroso entusiasmo, el tercer centenario de la muerte de Góngora, afrentándose públicamente por primera vez con la crítica social y académica, que habían ignorado, cuando no atacado, al Góngora de los grandes poemas barrocos. Pero esa protesta antiacadémica no fue puramente negativa. aquellos jóvenes poetas sabían lo que querían al exaltar al Góngora autor de Las Soledades, al que consideraban ejemplo perfecto del poeta puro, del poeta enamorado de la belleza. y al celebrar su centenario, dejaron constancia de su homenaje en bellas ediciones gongorinas. Dámaso Alonso editó Las Soledades, Gerardo Diego una Antología poética en honor de Góngora, García Lorca su conferencia sobre la imagen poética de Góngora, y Rafael Alberti publicó una Continuación de Las Soledades. La celebración del centenario se coronó con un número Homenaje a Góngora que publicó la revista Litoral, dirigida en Málaga por dos miembros de la generación: los poetas Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, el número, en el que colaboraron Picasso y Falla, junto a los poetas de la generación, llevaba una portada del pintor Juan Gris. Ese mismo año -1927- que da nombre a la generación, tiene lugar otra aparición pública de sus miembros. el Ateneo de Sevilla, a iniciativa de Ignacio Sánchez Mejías, el gran torero andaluz amigo de los poetas, invitó a éstos a que diesen una lectura de poemas en su tribuna. A esta cita sevillana acudieron: Dámaso Alonso, García Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Luis Cernuda, que vivía entonces en Sevilla. Era la primera vez que los poetas del 27 leían públicamente sus versos, y junto a ellos tomaron parte en la lectura otros poetas y escritores que acudieron de Madrid: Juan Chabás, Mauricio Bacarisse y José Bergamín. Los inicios poéticos. Los comienzos de la generación coinciden con los primeros años veinte. En 1920 aparece el primer libro de Gerardo Diego, Romancero de la novia; en 1921, el de Dámaso Alonso, Poemas puros. Poemillas de la ciudad; en 1923, el de Pedro Salinas, Presagios; en 1925, el de Rafael Alberti, Marinero en Tierra, y el de Emilio Prados, Tiempo; en 1926, el de Manuel Altolaguirre, Las islas invitadas; en 1927, el de Luis Cernuda, Perfil del aire; y en 1928, el de Jorge Guillén, Cántico, y el de Vicente Aleixandre, Ámbito; año en que también se publica el Romancero Gitano, que hace famoso a su autor, Federico García Lorca. Aunque muy minoritaria en sus comienzos -el público y la crítica los ignoraban o los tachaban de vanguardistas-, la generación se impuso pronto por la calidad de su poesía y por la personalidad fulgurante de algunos de sus miembros, especialmente García Lorca y Alberti. En 1925 dos de ellos, Alberti y Gerardo Diego, obtuvieron el Premio Nacional de Literatura, el primero con Marinero en Tierra, y el segundo con Versos humanos, que obtuvo un accésit. Fue el primer éxito oficial de la generación, y el que le abrió las páginas de las revistas literarias del momento, como la prestigiosa Revista Occidente, que dirigía José Ortega y Gasset, y en cuyas páginas publicaron poemas, a partir de 1924, todos los poetas del 27. Ortega no sólo los acogió en su revista, sino que publicó en las ediciones de la Revista Occidente, que también dirigía, algunos libros de la generación, como el Romancero Gitano de García Lorca, Cántico de Jorge Guillén, Seguro Azar de Salinas y Cal y Canto de Alberti. Mostraba así su apoyo a un movimiento poético que se caracterizaba por la calidad y pureza de su trabajo, y por el afán de alcanzar la esencialidad de la poesía. Pero más decisivo fue aún el estímulo que los poetas de esta generación recibieron de Juan Ramón Jiménez, al que admiraban como al más puro y hondo poeta de su tiempo. Juan Ramón, entonces en la plenitud de su obra y de su prestigio, era para ellos, en aquellos primeros años de la generación, el maestro indiscutido, cuya palabra era oráculo. Fue Juan Ramón quien editó el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, en su bella Biblioteca "Índice"; quien publicó en su revista y cuadernos de poesía -Sí, índice, Ley- poemas de casi todos los poetas de la generación; quien finalmente, digo el espaldarazo a Rafael Aberti, en la preciosa carta que va al frente de la primera edición de Marinero en Tierra, y sirvió de enlace a la generación con la tradición lírica anterior, con Bécquer sobre todo, y más atrás con la poesía popular de los cancioneros, que Alberti y Lorca supieron renovar con arte insuperable. De Juan Ramón van a heredar los poetas del 27 el ansia de pureza y perfección en poesía, la nueva sensibilidad al expresar los más delicados matices de las cosas y de las sensaciones, y la exigencia y rigor en el lenguaje. en la primera fase de la generación, domina en ella esa concepción purista de la poesía que en Francia había defendido, entre otros Paul Valéry -lo recuerda Jorge Guillén en la antología de la generación que hizo Gerardo Diego-: "poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía. Pura es igual a simple, químicamente hablando". Es decir, "purismo" poético significaba para Juan Ramón y para los poetas del 27 el afán de captar la esencia pura de las cosas, y desdén por la anécdota, por el argumento del poema, por lo sentimental y falso, lo retórico y lo fácil. Lo importante para los poetas puros era la belleza del poema, el goce estético, más que la emoción que puede comunicar un sentimiento o una experiencia humana. Este distanciamiento entre vida y poesía, entre realidad y pureza, que Ortega definiría en un famoso ensayo como "la deshumanización del arte", no dejó de provocar críticas a la poesía de la generación, que fue juzgada por algunos -Antonio Machado entre ellos- demasiado intelectual y esteticista, y como consecuencia, un tanto fría. Hay que reconocer que aquel clima estetizante e intelectualista tenía sus peligros, que los mismos poetas del 27 no tardaron en advertir. ya en 1926 Jorge Guillén, a quien se consideraba el más fiel cultivador de la Poesía Pura, escribía en la "Carta a Fernando Vela" que figuraba en la Antología de los poetas de la generación hecha por Gerardo diego, que la poesía pura resultaba a veces "demasiado aburrida, demasiado inhumana y demasiado irrespirable". Y Dámaso Alonso ha reconocido que aquella primera fase purista de la generación heló de tal modo su pluma, que dejó de escribir, y necesitó del desgarrón de la guerra civil de 1936 para volver a la poesía. Al terminar la década de los veinte y comenzar la de los treinta podía notarse ya un cambio de clima, una temperatura más cálida, en la poesía de la generación. Se inicia entonces una segunda fase en la poesía del 27, que Dámaso Alonso llamó fase neorromántica, y que es visible en libros ardientes y estremecidos como Pasión de la Tierra y Espadas como labios de Aleixandre; Sobre los Ángeles, de Rafael Alberti; y Donde habita el olvido de Cernuda. Es sobre todo a partir de la Segunda República Española, en 1931, y paralelamente a la rápida politización de las masas, cuando se produce la crisis del esteticismo y el alejamiento definitivo de los poetas del 27, del purismo poético que había encarnado Juan Ramón Jiménez. "La llamada poesía pura escribía J. de Izaro, (pseudónimo de Rafael Sánchez Mazas) en El Sol- está perdiendo actualidad y vida a galope, como todo lo sublimístico, evaporado y enrarecido." Y recordaba que los grandes poetas, como el Dante, Virgilio, Píndaro y tantos otros, no habían desdeñado inspirarse en las fuentes cotidianas de la vida, en los temas de la patria, de la pasión amorosa y el ideal de la política y de las experiencias sociales. Cierto que los seguidores de Juan Ramón y de la poesía pura no se rendían fácilmente. El poeta Juan José Domenchina, juanramoniano fervoroso, atacaba desde las páginas de El Sol a los tránsfugas del purismo lírico, a los partidarios de una poesía que no quería ya ser minoritaria ni esteticista, sino que aspiraba a ser entendida por todos. "Una poesía para todos -replicaba Domenchina- sería algo como una ramera enajenada." Pero resulta que esa ramera no estaba dispuesta a detenerse, y la poesía social revolucionaria había conquistado, desde 1930 por lo menos a dos poetas de la generación del 27, Rafael Alberti y Emilio Prados. De 1929 es el primer poema social de Alberti, su Elegía Cívica; en 1933 el mismo Alberti funda la revista Octubre, de clara tendencia comunista, y publica dos libros de poesía revolucionaria: Consignas y Un fantasma recorre Europa. En vísperas de la revolución de los mineros asturianos, en septiembre de 1934, Alberti pone al frente de la primera edición de sus Poesías Completas, editadas por José Bergamín, estas palabras terminantes: "Publico aquí la mayor parte de mis obra poética comprendida entre 1924 y 1930, por considerarla un ciclo cerrado, contribución mía, irremediable, a la poesía burguesa. Pero a partir de 1931, mi obra y mi vida están al servicio de la revolución española". El compromiso social.
En cuanto a Emilio Prados, quedan testigos, en la Málaga de los años treinta, de su conversión desde la poesía pura a la poesía social y revolucionaria. Tras sus primeros libros de poesía pura y neopopular, Prados escribe entre 1929 y 1932 su libro No podréis. A este libro siguió otro de Prados cuyo título, Calendario incompleto del pan y del pescado expresa su nueva posición de poeta comprometido con el pueblo. La revolución de los trabajadores asturianos en octubre de 1934 politizó aún más la situación intelectual española y a los poetas del 27. Emilio Prados escribe, ya vencida la revolución, su libro Llanto en la sangre, con este subtítulo: "Durante la represión y bajo la censura posterior al levantamiento de 1934". Las posiciones puristas, que aún defendían algunos poetas fieles a Juan Ramón Jiménez, quedaron barridas. A ellos contribuyó, además la llegada a España de Pablo Neruda, el gran poeta chileno, que publicó en Madrid la segunda edición de su admirable libro Residencia en la Tierra. En octubre de 1935, Neruda lanzó en Madrid el primer número de su revista Caballo verde para la poesía -título que simbolizaba sin duda el jinete de la esperanza, una esperanza poética y política- en estrecha colaboración con los poetas de la generación del 27, que pronto se hicieron -sobre todo Lorca, Alberti, Aleixandre y Altolaguirre- grandes amigos suyos. Cabría afirmar que si el órgano más importante de la Generación del 27, en su primera fase, fue la revista malagueña Litoral, dirigida por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre de 1926 a 1929, en la segunda fase rehumanizadora fue sin duda Caballo verde la revista más representativa del grupo. el primer número se abría con un manifiesto que llevaba este título: "Sobre una poesía sin pureza", redactado por el propio Neruda.
Las torres de marfil quedaron hechas añicos ante la violenta arremetida de Caballo Verde, que provocó, como era de esperar, la indignación de Juan Ramón Jiménez, quien interpretó aquellos ataques a la poesía pura como ataques a personales a él mismo. de entonces data la ruptura entre Juan Ramón y los poetas del 27, a los que acusó de cómplices de la campaña antipurista del poeta chileno. Ese distanciamiento se agravó aún más cuando la Generación en pleno, acompañada de lo mejor de los poetas jóvenes -Miguel Hernández a la cabeza- publicó un texto de homenaje a Neruda, añadiendo la edición de unos poemas, los "Tres cantos materiales" de Residencia en la Tierra. Es evidente que ya en 1935 quedaba muy poco del clima estetizante y purista de los primeros años de la generación, que había sido sustituido por un clima de hervor y fiebre poética, por una temperatura de pasión y de vida que había ido creciendo paralelamente al aumento de la temperatura política del país, que culminó en julio de 1936, con el estallido de la Guerra Civil. Un mes antes de que este se produjera, en Junio de 1936, García Lorca contestaba a una pregunta de un periodista sobre como juzgaba la famosa teoría del arte por el arte, la moda de la poesía pura: "Ese concepto del arte por el arte- fueron sus palabras- es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi. Ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro, dela arte por el arte mismo. en este momento dramático del mundo el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas." No hay que olvidar que la Generación del 27 era una generación republicana y liberal, y no puede extrañarnos que la casi totalidad de sus miembros, al iniciarse en 1936 la sublevación militar, tomase partido al lado de la República. La mayoría de ellos -Alberti, Aleixandre, Cernuda, Prados, Altolaguirre- colaboraron en las revistas literarias patrocinadas por las autoridades republicanas durante la Guerra Civil; como Hora de España, y El mono azul, ambas reeditadas años más tarde por una editorial alemana. Al llegar el huracán de la guerra, lo épico sustituyó a lo lírico, y los poetas escribieron romances. En noviembre de 1936 apareció en Madrid editado por el Ministerio de Instrucción Pública, el primer Romancero de la Guerra Civil, que incluía romances de guerra de Alberti, Bergamín, Aleixandre, Prados, Altolaguirre, Garfias y Miguel Hernández. Y al año siguiente, 1937, se publicaba, con un prólogo de Antonio Rodríguez Moñino, el gran bibliógrafo -quien fue amigo de todos los poetas del 27- el Romancero General de la Guerra de España, dedicado a Federico García Lorca, en homenaje a su memoria y como protesta contra su muerte. El tiempo de postguerra. Las consecuencias del final de la guerra civil, con la derrota de la República, para la mayoría de los poetas de la Generación del 27, son bien conocidas: el exilio, la nostalgia, el dolor por la patria perdida. En tierra americana, aquellos poetas continuaron su obra, desde entonces marcada en gran parte por la herida de la guerra, por la añoranza española. Su poesía, en efecto va a experimentar desde el final de la guerra civil profundos cambios. Se hace más grave y preocupada, más dolorida por las heridas recientes de la guerra civil; de la guerra cainita, como la llamaba Unamuno, y por el dolor de la patria lejana y sin libertad; tiende cada vez más a reflejar los problemas humanos y sociales del tiempo histórico que a cada poeta le ha tocado vivir, y deja de ser estetizante y minoritaria para volver a las fuentes de la vida y de la historia. Algunos de los más grandes poetas del 27 empiezan a escribir una poesía temporalista, de acuerdo con la definición de Antonio Machado: "La poesía es la palabra del tiempo", Jorge Guillén subtitulará "Tiempo de historia" el segundo ciclo de su poesía, el de Clamor, y escoge, para uno de los libros de ese ciclo, un título machadiano, A la altura de las circunstancias, y para otro un título dentro también del temporalismo machadiano a lo Jorge Manrique: Que van a dar a la mar... El protagonista del ciclo de Clamor es el hombre contemporáneo, el español contemporáneo que ha sufrido la guerra, la persecución, el exilio, la prisión. La poesía de Cernuda experimentará también un cambio radical, a partir de la guerra civil. Él mismo nos confiesa que aquellos sucesos trágicos enturbiaron su vida diaria, y la muerte horrible de Federico, su gran amigo, no se apartaba de su mente. Ya en Inglaterra, primera fase de su exilio, lejos de aquel loco país -como llama a España- tuvo durante años una pesadilla constante que llenaba su sueño: se veía, una y otra vez, buscado y perseguido. Trabajando como profesor en una universidad inglesa, Cernuda sentía -nos lo dice él mismo- una nostalgia aguda de su tierra, de su ambiente y de sus amigos españoles. Y escribió entonces una serie de poemas fruto de esa preocupación y de esa nostalgia. El resultado fueron esos libros admirables que se llaman Las nubes, Ocnos, Como quien espera el alba. Los años americanos enriquecieron, al hacerla más honda y más grave, más sumida en el tiempo y en la muerte, la obra de los poetas del 27 que se vieron obligados a alejarse de España. No sólo la de Guillén y la de Cernuda: también la de Salinas, la de Alberti, la de Prados, la de Altolaguirre. Aquella evolución hacia una poesía temporalista enraizada en la vida temporal, afectó también a los poetas del 27 que permanecieron en España. En 1944 publicó Dámaso Alonso ese angustiado diario íntimo, esa protesta contra la injusticia y la crueldad de la Guerra y del odio que se llama Hijos de la Ira, tan lejos ya en el tiempo y ene l tono, de aquellos primeros Poemas Puros publicados por él veintitrés años antes. Y escribe entonces estas palabras reveladoras: "Nada aborrezco más que el estéril esteticismo en que se ha debatido hace más de medio siglo el arte contemporáneo. Hoy es sólo el corazón del hombre lo que me interesa, expresar con mi dolor o con mi esperanza el anhelo y la angustia del eterno corazón del hombre". Y en Hijos de la ira leemos este verso, que abre el libro: "Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres". El caso de Vicente Aleixandre -premio Nobel- es también significativo. Como consecuencia de su postura durante la Guerra Civil, favorable a la República, sus libros fueron prohibidos al terminar la guerra, y su nombre vetado por la censura. Sólo a partir de la publicación de su gran libro Sombra del paraíso en 1944, comienzan a difundirse sus obras, y su nombre vuelve a tener circulación literaria. Su influencia sobre la juventud poética que surgió en los primeros años de la postguerra creció rápidamente, y en 1947 su definición de la "poesía como comunicación" encontró un amplio eco en los jóvenes. A partir de entonces la poesía de Aleixandre se inserta en una corriente de lírica temporalista que abarca el gran tema del vivir humano desde la conciencia de la temporalidad y de la solidaridad, que hallamos en dos de sus mejores libros: Historia del corazón, publicado en 1954, y En un vasto dominio, en 1962, en los que no falta el canto de la realidad social, del hombre situado aquí y ahora. El pueblo y la historia entran finalmente en la obra de los poetas del 27, como testimonio de un tiempo mísero y también esperanzado. Cerrando así el ciclo -o abriendo uno nuevo- que va desde la poesía pura, intimista o surrealista, a la poesía de situación temporal e histórica. Ellos, los poetas del 27, pueden decir lo que decía Goethe cuando alguien le reprochaba que escribiese poesía de circunstancias: "Mis poemas son todos poemas de circunstancias porque todos se inspiran en la realidad". Desde nuestra perspectiva podemos ver en la actualidad que aquel grupo de poetas acusados, cuando eran jóvenes, de esteticistas, puristas y deshumanizados, no sólo han enriquecido con libros inmortales nuestra poesía, sino que además han contribuido con un vivo ejemplo moral frente a una sociedad que en un primer momento los rechazó y hoy admite que han legado a nuestra cultura un tesoro poético cuya importancia ha sido comparada, y con razón, por Dámaso Alonso, a la de nuestros grandes poetas del Siglo de Oro. |
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